jueves, 13 de octubre de 2011

Sinceridad a quemarropa

Para Noelia, por los viejos tiempos

¿Te acuerdas?

Éramos almas jóvenes,
imberbes, anhelantes, despiadadas;
éramos polvo y sueño de una noche de otoño.

Recuerdo cada martes
como un grabado inolvidable de fantasía.
El frágil discurrir de una caricia
defenestró el pasado,
                           y soñé
con una vida mejor a tu lado
sin tener que mirar al suelo ni a los fantasmas,
solo a tus ojos verdes
con aroma a coco en cada mirada.

Y soñamos
con las aventuras irrepetibles,
las noches locas a orillas del Ebro
o los hielos de martes por la tarde
que se tornaron noches de diciembre
en un "store" de National Geographic
cerca de la Gran Vía.

Ambiciosos, volvimos a soñar,
siempre fieles a las experiencias de la vida,
recordando con algo de morriña
el sutil devenir de un perfecto aniversario.
Proponernos algo grande
y cumplirlo,
llevar nuestra pasión a la máxima potencia,
nuestra pasión sin fin
convertida entre las sabanas de un viejo albergue
a las afueras de Paris.

Solos: tú y yo,
sin que nadie pueda parar el tiempo,
sin principio, sin fin, sin intermedios;
solo nosotros, núbiles y puros
(dentro de los limites de nuestra inmadurez),
fundidos en el tiempo y el espacio.

En nuestro paroxismo
nos alcanzó el misterio de Estrasburgo;
era pasar al siguiente nivel,
florecer los instintos,
pasar a la ofensiva contra la soledad
y asesinarla con nocturnidad y alevosía.
Después, Roma, Venecia, una cadena sin fin
de apasionados sueños,
de fantasías, de dos sueños cumplidos.

Pletóricos de amor y de experiencias,
al final del camino Barajas esperaba
y con él una triste despedida.
Sin embargo,
despertar de aquel sueño no es tragedia:
si perviven el fuego y los recuerdos,
poco importa desvelarme entre sombras.

Recobrar
la sutil fantasía de las luces del ocaso
una noche serena
del Madrid nublado que conocen mis sentidos,
no es fantasía inútil de otros poetas malditos,
no es recuerdo fatuo de un primer beso
sellado en algún andén de la estación de Atocha;

no,
es ahondar un poco más en el fondo del vaso,
volver a las andadas,
concentrarse en un solo corazón,
en un solo hipotálamo.

Mas no es propio de jóvenes valorar consecuencias,
recordar la otra parte,
la que uno se calla por miedo a las represalias,
la que se lleva el viento...
                                          ...o tal vez no se lleva.

En nuestra dulce historia
obviamos los pequeños infortunios,
cosas nimias
que sin duda sólo entorpecen la eternidad
de nuestra compañía.
Nos borramos la memoria con el primer beso,
tal vez con el segundo
o el tercero.
                    Te supliqué mi amor
y me lo diste
sin pedir nada a cambio.
                                       Nos queríamos.

Mas al pensar
con la lucidez de diecinueve primaveras,
nada se escapa al juez de la razón.

Jugamos a ser príncipes siendo calabazas,
a ignorar nuestro presente de humanos
advirtiéndonos fuertes,
luchando contra nuestros elementos
para resistir la génesis brutal de la tormenta.

Y sin embargo sólo fuimos humo,
sombra y polvo que el tiempo barrió bajo la alfombra,
partículas volátiles de comprensión mutua,
esquirlas aleatorias de cariño
que escaparon de la sombra del tiempo
(a las que los necios llaman amor).
El fin estaba escrito.

No me quedan palabras para sentirte otra vez:
pudiste besarme ayer,
no podrás besarme mañana.
Las tortugas
se han hundido al asomar la cabeza
y comprobar que estaban a ambos lados del estanque:
nos separa el agua, nos acerca un sueño,
y es que atreverse a todo
significa morir ahogados por el camino.

Hoy he despertado de un sueño maravilloso,
pero los sueños duran poco, cielo.
Hoy tal vez seamos un poco más que ayer,
para que, al mirar al horizonte,
acaso se presente,
esta vez de verdad, el amor de nuestras vidas.
Entre tanto,
desesperar solo es pasar el tiempo
pasar la vida
buscando una salida para viejos fantasmas.

Alargar este poema
tan sólo sería derramar una lágrima más
y es inútil.

«Nadie escribirá versos sobre mi pena o mi dolor,
tan sólo silencio, silencio, un silencio con redaños
donde un último suspiro huye, escapa, vuela, corre...»

Adiós, princesa mía.
                                     Hola, realidad.