sábado, 4 de enero de 2014

El sonido del trueno


Vares sentir horror, darrerament,
quan, a la pensió, tots els llits criden
amb l'animalitat acostumada.

Vicent Andrés Estellés

El amor tiene ahora en el recuerdo
olor a cuartos húmedos
y el sonido furtivo de una puerta al abrirse.

Felipe Benítez Reyes


Podríamos decir
que esa tarde llovía
y además hacía un frío de mil demonios.

Podríamos decir
que el pálido espectro que subió por la escalera
se parecía un poco a un cruel boceto de paraguas,
y que aceptaste que subiera por compasión.

Podríamos decir
que estabas muy guapa cuando te vi
tan cerca del armario
mostrándome, parcialmente inocente,
un poco sin quererlo,
un poco más queriendo, discretamente sexy,
tus curvas imposibles;
serán esos vaqueros ajustados.

Podríamos decir
que las intenciones más rotundas del viaje
son secreto de Estado,
y yo sólo revelo secretos en tu cuerpo.

Podríamos decir
por tanto
que la ropa tirada por el suelo
estaba así cuando llegamos
y nada de que nos la arrancamos a pedazos,
que nos ahogó aquel tumulto de sábanas
y que no pudimos – no quisimos – evitarlo.

Podríamos decir
que era de noche y sin embargo
todo lo iluminaba tu mirada
cazadora furtiva,
el sonido del trueno que camina
sobre una música de rotunda medianoche
creando este dúo convulso y binario sin fin y sin remedio.

Podríamos decir
que abrí los ojos un único instante
para cogerte prestada esa sonrisa cómplice
que sólo vive para ser contada,
que subsiste para desearte y poseerte;
cuerpo y alma, las sombras tan vivas de nosotros
tiradas por el suelo
gozando las tentaciones prohibidas
mirándonos sedientas de misterios,
ejecutando la danza iniciática
del que ataca primero
y anhela contemplar la recompensa.

Podríamos decir
que sólo nos importaba el momento
después de la batalla,
abrir mucho los ojos y besarnos
porque ya no hay mañana
y sólo quedan residuos de aire y voluntad
flotando en el ambiente.

Podríamos decir
que aquel era el final de la película
que el boceto incongruente de paraguas
vivió y dio media vuelta
y se marchó dejando
en el recuerdo constante del invierno
sílabas ingrávidas de piel y de deseo
para seguir el rastro de su nombre.

Podríamos decir
que la ciudad lo vio marchar a ciegas
entre columnas grises y los últimos trenes.

Podríamos decir
que este poema no es más que una ilusión
crispada de palabras,
que una caricia no se dibuja con un lápiz.

Como todos los jóvenes, los poetas
decimos muchas tonterías durante la noche.