viernes, 20 de diciembre de 2013

Propósitos


 Tú te llamabas tercamente Carmen

José María Caballero Bonald


y eres mejor que todas tus imágenes

Mario Benedetti


Para ella.

Tratar de escribir un alejandrino pasable,
algún endecasílabo sin rima,
heptasílabos varios
y otros versos de métrica variable.
Volver a tener peces
de agua templada tirando a caliente
(que si no luego se mueren, o peor aún, se comen;
o mejor no andemos con semejantes minucias)
para pasar las horas
haciendo algo más que poemas que yacen
con gravedad de viento de poniente
en cajas.

Fabricar una lámpara simpática
para contar estrellas tirados en la hierba.
Abrir las ventanitas
de un calendario de Adviento sin lactosa.
Hartarnos de miradas en la estación de siempre.
Dedicarte otro poema.
Escribir tu nombre, contarle a la Humanidad
que te llamaste tercamente Carmen,
que fuiste publicada
un tantos de febrero por la tarde
y que te acabaron de imprimir
en los talleres gráficos de tal, cual y cía
y saliste muy bien en todas tus ediciones.

Y es que al fin siempre hay un poco de todos los días.

Contarte mi pulverizada vida
salpicándote diagnósticos en los vaqueros
y en esa camisa a cuadros que me gusta tanto
quitarte.
              Compartir el dúo de aquella zarzuela
que tanto, tanto hubimos disfrutado.
Dar de comer suspiros a los patos.
Darle esquinazo a ese reloj sin dueño.
Apagar el router las noches de luna llena.
Sentarme a esperar tus ojos ágiles y oscuros.
Leer mucho a don Jaime (con perdón)
para mantener vivas las palabras.
Amarte mucho
los ratos que pasamos en rincones oscuros
para dejar escritos los recuerdos.
Despertarte mucho a carantoñas
como cuando teníamos diecinueve.

Y hacerte el amor todos los jueves por la noche
y fiestas de guardar.

Leganés, 19 de diciembre de 2013.
02:43 h

domingo, 24 de noviembre de 2013

Allá donde estés

Algúns din: ¡miña terra!
din outros: ¡meu cariño!
I este: ¡miñas lembranzas!
I aquel: ¡os meus amigos!
Todos sospiran, todos,
por algún ben perdido.
Eu só non digo nada,
eu só nunca sospiro
que o meu corpo de terra
i o meu cansado esprito,
a donde quer que eu vaia,
van conmigo.

Rosalía de Castro, Follas novas




Con la bandera azul de la sonrisa,
la nieve en el recuerdo
y el calor del viento en las miradas,
susurramos los ecos renovados,
aire nuevo,
encuentro misterioso del invierno
que deja pasar los días tristes y sin amor,
embistiéndonos lejos
como el ave que no encuentra su nido,
como el poeta
que no halla el adecuado endecasílabo,
como el amante que no encuentra nada
donde se encuentran el corazón gris de la noche
con las sombras cáusticas del pasado remoto,
transformando la piel inconexa en hojas, nuevas
hojas que entre nosotros van y vienen,
que sueñan los inviernos
como impolutas presas
de un destierro parcialmente voluntario,
para llegar por fin
y en fin
al espacio que dominan mis ojos,
que grita el regreso de primaveras nuevas,
caminos
que apuñalen las sombras por la espalda
para que, de este modo, dondequiera que vaya
en el cielo
gris de arenas pasadas y de inertes angustias,
clamaren con voz de fugaz trompeta
los susurros que en otro tiempo fueron en verso
y ahora son palabra, obra, comisión.
Despierta el espíritu nada cansado
de los que anduvimos buena parte del camino.
Concede el vuelo a estas esperazadas palabras
y allá donde vayan tus nocturnos pensamientos
en ritual de impronunciable designio,
allá donde estés, allá donde vayas,
como cercano espíritu que la marea despierta,
allá donde busques sin encontrarme, 
siempre estoy contigo.

Leganés, 24 de noviembre de 2013.
02:31

Es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada.

William Shakespeare


Plus le visage est sérieux, plus le sourire est beau.

Charles Baudelaire 

sábado, 19 de octubre de 2013

Otoño a medianoche

Dicen que no hay sombra que supere a las luces grises del otoño
cuando susurran,
                         mixtura acre de llanto y vibración trémula, sucesiva,
de las hojas blancas de álamo donde los arcanos relataron otros amores
desconocidos,
                   el devenir gélido del alma.

Sola, evocada, humillada, húmeda de amor y lágrimas,
la última angustia rodó por el suelo, como un cilindro hueco,
como una caja sin violín, como un poeta sin amor,
persistiendo acaso esos trozos que el viento no se lleva
que quedaron escondidos en las líneas transversales
previamente apuñaladas, cristales afilados en la superficie de la música.

Ya no quedan días para la vida y los recuerdos.
Sólo
un instante
muerto
para dejar un recluso testimonio,
un esbozo de poema mal inspirado,
un eco transitorio a oscuras.

La palabra sólo acude al frío.
Búscame.

19 de octubre de 2013
01:18

jueves, 19 de septiembre de 2013

Último

... un ram convuls de síl·labes de vidre...

Vicent Andrés Estellés

Se despidieron en aquel sórdido café de los cincuenta
con la mirada que esconde los besos en la luna.
No volvieron a verlos por aquel lugar. En temporadas,
ella escondía mensajes entre las tablas de las mesas,
silenciosa entre las ramas de los robles desestructurados.
Miraba, vez tras vez, el reflejo inquebrantable, luces vivas,
ardor, temblor de plata sin remordimiento aparente.
Pero aquella noche no volvería a despertar bajo la lluvia.
No la había esperado. En las torres desamparadas de octubre,
otras miradas bajarían por la condenada niebla,
se llevarían sus flores, sus canciones, sus versos, sus intimidades,
chillarían con timbre agreste las odas de esos años que ya no importan.
Incluso en sus peores sueños, soñaba con él.
Pertrechada al único abrigo de sus sentimientos
cae la lluvia a medianoche sin remedio.
Se borra la tinta. Incesante, hace desfallecer las memorias
la hierática campana que anuncia el invierno de los cuervos.
Ya no queda nada. Las cenizas, se las llevaron las últimas lluvias.
Tan sólo permanece el acre olor de la tierra destruida.



Leganés, 19 de septiembre de 2013.
22:59 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Spiegel


La lágrima fue dicha.

Ángel González


El recóndito vestigio

que dejan las palabras en la bruma.

La mirada
que convierte la voluntad del relámpago
en desacreditado recuerdo.

Nunca olvido mi pluma. Me visita
en las noches pálidas de fin de verano
para escuchar mi insomnio.
No sabe de amor ni de odio.
No sabe de voluntad.
Sólo escribe
lo que yo le ordeno.

Hombre triste, triste pluma.
Vida marchita y recóndita en nubes grises
sin palabras.
                    Aquí solo quedan lágrimas
de tinta.

No soy quien soy,
ni esta casa es ya mi casa.
Soy Lorca. Soy un fantasma.
Soy su cadáver escondido
en la arena sin rumbo.
Soy
un cuerpo de amor
                             desmembrado
que ansía volver
sin mirar atrás,
sólo página a página
de principio a fin.

Qué somos sin ti,
amor.

        Qué somos sin ti.

Leganés, 5 de septiembre de 2013
01:25 


jueves, 8 de agosto de 2013

Lejos

Cierro la puerta.

Silencio. La vida
es eso que se va por la ventana
durante el combate con las palabras.

Mi corazón ya no escribe.
Dicta al viento las palabras
y él las lleva
muy lejos,
                  las
esconde
donde nadie pueda verlas.
Sólo la inútil lucha
del uno por el otro en noches de miércoles
rompe los sellos,
transige el empeño boquiabierto,
revela secretos,
traiciona dulcemente.

Quiero abrir la puerta esta noche.
No se me concede
el ritmo cáustico
de las sombras de los versos
tristes de antaño.
                            Sólo
necesito
el alma fugaz de los recuerdos
que se vienen con la luna
nueva del solsticio,
donde duermen y suplican las miradas.

Lejos de ti, 8 de agosto de 2013. 02:28 h

viernes, 5 de julio de 2013

Un mundo sin fin

(...)Hasta en la mayor noche de las noches
siempre está la certera luz de la esperanza.




Para Gema, con cariño


Son las nubes cansadas de septiembre
fieles evocadoras de las palomas claras
que nos devuelven a los compañeros de viaje.

Las miradas
fueron fundiendo la escarcha del reloj de arena,
gota a gota, verso a verso, entre abrazos
de mediodía de abril en el Retiro,
o en otras primaveras,
caminando solitarios en llanuras áridas
más allá de lo que hubiéramos imaginado,
noches de oriental ensueño, que nos regalaron
ilusiones renacidas, deseos, abrazos,
la vida más allá de estas palabras.

Y aquí estamos,
los que fuimos y no fuimos, los que te queremos,
algunos, desde la mesa de al lado,
otros, desde rincones
no tan lejanos como pudiera parecer,
pero hay razones, y sobre todo, hay personas
por las que siempre merece la pena escapar
de las distancias
                      que nunca debieron ser,
que minaron nuestros recuerdos por descubrir.

Pero nosotros somos más fuertes
y miramos al cielo, y hacia adelante,
para hacer indivisible una misma esperanza.
Cada estación
nos descubre nuevos compañeros
de viaje,
              aprendiendo de los pasos perdidos,
con los ojos puestos en un futuro
que reclama reencontrar los espíritus
que justifican su existencia.

Un mundo de recuerdos
donde los suspiros huyen con el viento norte
descrito en miles y miles de abrazos
ahora más que nunca necesarios.

Retornamos, por un momento,
a la cárcel de palabras y silencios
confinados por el tiempo y el espacio.

Pero un día, cuando llegue el fin del tiempo,
correremos, concéntricos, en busca del eco
de aquellos abrazos de fin de otoño.
                                                         Y vendrán
para demostrarnos
que
existe una vida más allá de las palabras
y los versos,
                      blanco y celestial recuerdo,
en nuevas primaveras consumado,
que nos mostrará el camino.

Hasta entonces
será dejar correr el tiempo
entre miradas entredichas
en las hojas de un nuevo otoño.

Un mundo sin fin.
Un sinfín de mundos por descubrir,
siempre bajo la feliz mirada
de los eternos compañeros de viaje.


  

Ahora, y siempre, te mereces que toda la felicidad que has regalado a los demás vuelva a ti.
Y lo único que te pedimos, si es que tenemos derecho a pedir algo a alguien que nos lo ha dado todo,
es que no cambies nunca.

Feliz cumpleaños Gemita :)



Y evocando el último cantar de un viejo poeta,
creo en ti. Amparado
por la penumbra de esta noche
que se nos va, que nos acerca
muy poco a poco,
dirijo mi última mirada a estas palabras
y con todo el cariño que este invierno extenuante me deja darte


sólo anhelo recordar
que los túneles no existen,
que viviremos para contemplar el retorno de los brujos.


Leganés (Madrid), 5 de julio de 2013
21:50 h

sábado, 29 de junio de 2013

Memoria de prácticas

Dedicado a los nuevos compañeros y amigos del Doce de Octubre y otros hospitales,
y a mis eternos compañeros de viaje, con cariño.



Madrugada de timbres en la tercera.
Lamentos en guardia que no cesan
en la tierra blanca de las habitaciones.

En la dieciocho,
varón, sesenta y tantos,
la tos oculta el quejido de las puertas.
Las albas comitivas
se aproximan en torno al yacimiento
mirando desde arriba
las constantes dibujadas en los yermos monitores.

Galones de galenos
encabezan la vanguardia del cortejo:
el anciano sabio y decrépito,
el joven insolente, el calvo,
el serio, el gracioso,
el Mesías mal avenido, el interino
y el de los pelos largos. Detrás,
la mirada caída del residente
tras treinta y dos horas de clausura
y tres unidades de café intravenoso.
Al final, rozando el suelo con los ojos, languidece,
fiel lacayo, ese atónito estudiante de tercero
(esa lapa preguntona
que el jefe de servicio adjudicó, a su pesar, al gracioso
para canalizar sus bromas de mal gusto)
que mira detrás de los ojos del anciano
buscando, Tántalo iluso y suplicante,
la virtud en los libros y en la cabecera del paciente.

Silencio en la dieciocho.
La puerta abierta. No falta el crujido
que rompa el hielo:
                                «¿Qué, abuelo,
cómo estamos esta noche?».
Clamor de silencio. Parcialmente
oculta por las sábanas,
asoma la cabeza de don Saturnino,
Catedrático Etceterísimo de Derecho
Civil y Mercantil, también Romano,
endecáglota consumado,
amante de las palomas y de la obra de Góngora,
hombre que bien, más que abuelo, también padre,
hermano de hermanos y del prójimo como a él mismo,
y ministro de justicia en su fuero interno;
                                                                   ahora
tan sólo un número postrado
cifra a cifra sobre el lecho pálido,
sólo una momia, un reflejo sucio,
un bsoquejo diabólico de cualquier tiempo pasado.

La orden es tajante, esclava:
conservando el indómito rictus
de adjunto a las tres de la mañana,
el viejo enuncia al viento ensimismado
de ese olor que sólo tiene la dieciocho:
«salbutamol, doscientos». Y, ufanos,
emergen todos como de la platónica cueva
a la maleza del pasillo
donde retorna la olvidada luz
en busca de otro timbre quejumbroso
al que aplicar el protocolo.

Las tres y veinticinco. Sobre la ventana,
la luna entreabierta salta en las estrellas
mientras ni el calvo ni el de los pelos largos
estaban allí para contarlo. Silencio
en la dieciocho.
Se movieron las sombras. Entre toses y gruñidos
de la cama moribunda,
más allá de la inundación de sibilancias
una escasa silueta cabalgó
por la ribera de la sombra del gotero.
E incorporando brevemente la columna,
timbre en mano (por si fuera
preciso apaciguar a los fantasmas)
se apresuró a encender una pequeña luz
al pie del monitor del electrocardiograma.

Nadie en la ventana.
Nadie en el armario.
Nadie en el reborde luminoso de la oscura
puerta de la dieciocho.
Súbitamente, un impulso retiniano
le dirige hacia ese pequeño asiento
donde los buenos médicos hablaban a los hombres
según antiguas leyendas.
                                          Una sombra
deshecha en pertinaz nerviosismo
asoma la mirada sobre la mirada azul
de don Saturnino.

                             «No, por favor,
no llame a la enfermera ni a mi adjunto»,
tragó saliva. El estudiante respiró
como último aliento del emplazado
y musitó:
                 «¿Cómo se encuentra, don Saturnino?»,
huyendo en un ovillo de lágrimas
hacia la costa oeste del armario
donde la luna mencionó la sombra.

Silencio en la dieciocho. La pequeña luz
iluminó una mirada arcaica,
de abuelo recordado,
de padre anterior,
de la vida lejos de las baldosas blancas
que apedreaban sus memorias latido a latido.
Y aquel
que estudiara Leyes en los años sin ley
de los hombres grises,
cuando para el neófito galeno
ver un paciente era un don mariano
motivo de ofrenda a San Lucas Evangelista,
patrón de los médicos y de otros carniceros)
mirando al ovillo de estudiante yaciente en el suelo
sonrió con la mirada, y resopló
con voz pulmonar obstructiva crónica:

Tantos años,
tantos libros,
tantos galones,
                           ¿de qué sirvieron?

En el libro que engulles, hijo,
escribe mi nombre
y recuérdame
aunque tus manos permanezcan
cuando mis ojos ya no miren esta tierra.
Mírame. Soy el de la dieciocho. Hablo. Tengo
voz, mirada, sentimientos. ¿Ves acaso
ojos de número, voz de número, manos
de número, corazón de número?
No tengas miedo. Tú no eres como ellos.
Tú no has mirado al número, sino a la llama
que, aunque se esté apagando para siempre,
refleja en tus manos y en tus palabras.

Ven conmigo
y te enseñaré lo que ningún libro
da a los médicos de las leyendas y los cuadros
y, aunque no sé fisiología alguna, ni cirugía,
despertarás mis ojos para aprender humanidad.»

Tosió. Aquel fragmento aniñado de estudiante
elevó sus lágrimas al cielo. Silencio
en la dieciocho. Se levantó, ayudado
por la fuerza imaginaria del convalenciente.
Y acercó sus manos a las suyas.
                                                     Y hablaron
de la vida y de la muerte,
de las salud, de la enfermedad,
también de los estertores crepitantes
y de eso del salbutamol. Tocó su piel delicadamente,
palpando y percutiendo cada región torácica
con la sutileza del roce de los campos de trigo
sobre las láminas de brisa veraniega
para después escuchar un mensaje de angustia,
de desesperanza, de fin de los tiempos,
que acucia su corazón y sus pulmones.
Más que nunca, silencio en la dieciocho.
Tosa. Diga treinta y tres, no es ninguna
broma. Grite. Suspire. Llore. Muera poco a poco.

Cuando la última palabra fue dicha
liberada de la cárcel de un bolígrafo BiC
sin mensajes farmacéuticos,
el estudiante miró al Maestro,
lo abrazó con la mirada, con una
pequeña caricia oculta, invisible,
y salió del cuarto, agradecido,
asustado, feliz, avergonzado.
                                                Las siete
y diez. Silencio en la dieciocho. Esta mañana,
los hábitos volverán a sus dueños deshumanizados
y las señales de la enfermedad apagarán sin tregua
los últimos pasos de don Saturnino,
la llama que mostró por vez primera y única,
la única esperanza albergada por otros enfermo.
Murió solo. Recogerán los trozos. Firmarán,
será otro más, ignorado por la historia.
¿Es un éxito? De este modo, cuando los invictos albinos
lleguen en pomposa comitiva una vez más y en orden,
habrá un gran silencio en la dieciocho,
nadie estará allí para interrumpirles.

En el metro, 29 de junio de 2013, 20:14

viernes, 21 de junio de 2013

Le tombeau de Beethoven

Mediodía en la ciudad
(es decir, sobre las seis de la mañana,
hora española).
                          Diremos —aproximadamente—
que habrá unas seiscientas veinticinco personas humanas en Kärtnerstrasse,
una sombra y siete
ausencias,
improvisados peregrinos
en busca del saber y de la música
detrás de los Templarios y los Austrias
y del último souvenir de la princesita.

Para llegar hasta el sepulcro del maestro
es preciso andar mucho,
girar a la derecha en la penúltima cruz,
cerrar los ojos un momento
para escuchar a Schiller
y abrazar la piedra con la música.

Sí. Aquí yace el viejo Ludwig
en su túmulo gris y decadente
rodeado de flores secas y aromas a tierra
llenos de muerte,
polvo y humilación sin entredichos.

Aquí
se despidieron las sombras,
el agua y el alcohol de unos ojos tristes
y lejanos
que lloran dignidad y fundamento.

Aquí
se puso de acuerdo un diez por ciento de la población de esta fría ciudad
no sin antes permitir la deshonra,
el olvido, la traición sin argumentos,
el triunfo de la idiocia,
el mar recuerdo que traspasó los años.

Aquí
lleva doscientos años esta maldita lápida
en la que nunca hay nada escrito,
tan sólo un frémito,
ni siquiera música,
mastaba sorda únicamente acompañada
del sol azul que luce sobre los negros arcos
y los corindones del tranvía
que va desde la catedral hasta la muerte.

Y yo, paladín del silencio,
deposito un ramo etéreo bajo el aire viciado
de ajenjo y piedra muerta
sobre la tierra fría que ensordece
la profunda mirada de la angustia,
y lloro una soledad que es tuya y mía,
y miro con ojos quejumbrosos al abismo.

Viena, 21 de junio de 2013
(terminado el 26 de diciembre de 2015)

martes, 18 de junio de 2013

Los últimos días

 Sólo el amor, y no la razón, produce buenos pensamientos.

Thomas Mann, La montaña mágica
 

Vacío recóndito, escondido en la
mirada de un sueño.
Ritenuto
F. de Goya, "El sueño de la razón produce monstruos" (1799) 

Brotan miradas, pámpanos, sospechas,
desiertos pasajeros envueltos
en azules polvorientos.

Nada es,
nada está donde quedaba. Tan solo
el aroma inquietante de las orquídeas
al borde de la ventana
donde miran las manadas de himenópteros
el ciclo vital de los parásitos.

Ven.
        Enséñame
la memoria de las palabras,
el último aliento de montaña que intuyó el sueño
nada brillante de aquel invierno.

No ha lugar
la incorrupción de los designios incorrectos
que desvelan, pútridos, certeros,
el tiempo entre papeles
cubiertos por cristal de mineral de cuerpos
caídos en nombre de la ciencia.

Sólo busco
una mirada que ponga fin a mi eterno
poema incoercible,
que exclame
tangible, cierta, veraz, indómita,
"estoy aquí",
                      y estén
los ojos que reverberan desde el fuego del pasado
hasta el viento del futuro,
y paras
en mi presente,
que es mío y nuestro,
que no es mío,
que es penumbra amable de nueva resistencia
plagada de viernes.

Ven aquí
y termina tu poesía.
Después, vivamos.

Leganés (Madrid), 18 de junio de 2013, 00:25

viernes, 14 de junio de 2013

Noches tristes


«¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso.»

José de Cadalso, Las noches lúgubres



Si me quedara
una sola gota de poesía en los labios tristes
cuarteados por el paso del invierno,
te enseñaría
un reino de tiempos incorruptos
un albor evocado inquieto
deseado
florido.

Si me quedaran palabras
en el recuerdo de la
transitoria pero mortal
infamia,
te llevaría, nueva,
recreada, hacia caminos de luz,
hacia los ojos del desierto
tus ojos.

Si me quedaran hojas
en el cuaderno compungido de esta vida
que pasa fortuita y miserable
entre cristales de incomprensión
y sombras de castigo,
te enseñaría las páginas que otros poetas escribieron
la mañana de martes después de la masacre.
 
Quisiera enseñarte
la vida más allá de estas palabras,
los soles más adentro del misterio
después de los abismos.

Nos veremos
en la angustia consternada,
traspasada la tormenta,
donde habitan las nubes
de incienso,
donde vive una trémula sonrisa
que se dejó alguien en las eras primigenias
del sueño de libertad, de la canción liberada.

Los sueños
son eso que se escapa
sórdidamente entre los truenos de febrero
y
vuelven ahora
recordando las últimas tristezas
que miraron al cruel, indómito pretérito,
desafiando con eterno retorno
el aire confiado al reposo del aliento.

Mas
si no quedaran
palabras
tristes
           para
seguir,
la incógnita del verso seguiría su camino
sin miradas escocesas revertidas,
pervertidas
por la aurora triste que emana de las aspas
del baúl sin dueño de la muerte
en las persianas venecianas.

No sé lo que he dicho, pero (creo
que iba diciendo)
                        que
si no quedaran palabras
tristes
para seguir sufriendo,
quizás fuera algo conveniente mirar atrás,
pero más atrás, más aún,
donde la epopeya de la virtud constelada en suburbios de poesía
nos recuerda el último hálito de luz nacarada en el invierno no tan impertinente
que sueña los lazos de reencuentro fortuitos en las noches de Madrid
acogidas al calor de los espíritus indolentes del pretérito perfecto
compuesto,
auxiliar,
predicado,
conjuntivo,
yuxtapuesto,
que concedió en sórdido y aliterado epitafio
el reino de los cielos
que mereces, mi amor incoercible,
mi última invitación a la esperanza.

Te espero
entre las hojas incesantes
de las sábanas de azur y fantasía
cotejadas
con la mirada alumbrada, virtual,
de tu presencia,
última llama en el delirio de la medianoche.
Y exclamo en silencio
tu nombre al cielo que se esconde
bajo el techo de ladrillo.
Evocada palabra.
Son dos lágrimas, desaire
y fatalidad. Duermo
incoherente,
desconfiado,
yermo,
y dicen:
               "Las mataremos a sueños",
pero incrédulo
abro los ojos
y no hay nada.
Parasomnia.

Tan sólo
una última palabra que se escapa
impulsivamente de unos labios de poeta mal avenido,
y
   es
que, cuando todas las noches te den la espalda,
infortunio desolado del presente atroz y vulnerable,
cuando no tengas ganas de mirar atrás ni adelante,
sólo mortal y paralítica, en deshonra y paroxismo construida,
cuando nada queda y todo pasa
ven conmigo,
pues aquí te esperaré
cada noche
para romper, duelo a espada, sin complejos los fantasmas
que repudian la onírica presencia,
con la única evocación de tu recuerdo
podemos mover el viento,
devolver la vida a los recuerdos favorables,
volver al siempre amado prólogo
y capítulo primero,
añorados,
como los buenos sueños,
pues perduran en la eternidad adelantada
de la épica grandeza del recuerdo
cuando te miro
y el sueño de primavera retorna a sus estancias.

Leganés (Madrid), 14 de junio de 2013
02:26

lunes, 10 de junio de 2013

Irreparabile

A D. Francisco de Quevedo

 
La vida
es eso que se agota,
gota a gota,
verso a verso,
converso,
a media luz sobre las gafas del mundo
que miran al detalle
el sufrimiento.

sábado, 25 de mayo de 2013

senza moto

silentium
cuerda partida
vasallaje de sombras
del pasado
que
acometen
destrozan
atropellan
la luz
libre
de la verdad.

sobre el espejo
siempre
moribundo
senza moto
nadie
miró
quizás acaso
sólo
quizás
mirar
atrás
desvelar
las
auras
sin vida
desmembradas
ahogadas
ocultas
detrás
del texto
que
no se ve
que
se intuye
sólo
vagamente
y nos deja
un escorzo del
mal

el lejano
inconsciente, de
madrugada
de
noviembre
pervierte
miradas
rehúye los
sentidos

como
el aleteo
único
monocefálico
quebrado
de
mariposas preparadas
viento
insalobre
despeñado, que
mira
con ojos de efímera guadaña
inevitable
cómo
deja
pasar el tiempo
sin saber
sin poder saber
sin vivir
sin hacer vivir,
amando
desde lejos
con vanas
esperanzas de un
regreso,
por lo
menos, a corto
plazo

la mirada última
del abrazo que
quiso volver
y no
volvió
que
se fue
con
la mirada
gris del
viento
que no
cesa
que
no permite
a este
seis coma tres
por
ciento de
escritor
desasosegado
escribir con
un poco de
cordura
felicidad
opti-
mismo

espiral.
evocación
intensa.
eco.
nada.
todo.
tú.
la vida
entera.
yo.
nosotros.
siempre.

mientras el
restante
noventa y tres
con siete
por
ciento de
alma en pena
moribunda
enferma
rota
anquilosada
llorosa
tal vez real
sólo
existe
deja
pasar el
tiempo
mientras
muere
la noche
letra a letra
en este
blog
que se
atisba
insuficiente



jueves, 23 de mayo de 2013

Olvidado


    Paró el sol en la tierra del reloj un mínimo instante. Contenido en la brillante sombra del devenir de la Naturaleza, cedió su alma profética al sustentáculo desalmado del brillo triste de sus ojos.

    Nadie le había visto llegar, sumido en la última misericordia de una efigie trastocada, que nadie miró, que nadie honró. Murmuraron. Hablaron. Gritaron. Escupieron sobre él. Omiso, extendió la agonía persistente en el resplandor penúltimo del albedo perihélico. Esperó una respuesta, tal vez ya asumida ausente y rencorosa. Y aguardó hasta que el último grano de cristal – que exhaló aquel sumiso polvo de vidrio constelado de ráfagas de piedra en que la parca desdicha había transmutado el grito del lamento en sepulcro de silencio post-lorquiano – hubo caído, palabra por palabra, en el lecho irreductible del templo todavía por consumar. Fue en la columna sur, de espaldas a la noche.

    Permaneció entre los albores retornados de las columnas un tiempo, a semejanza de los hijos del inmemorial desierto que le vieron suceder. Fueron horas duras para el recuerdo. Estoicismo, sin vanidad encubierta subyacente a la atónita mirada de las ausencias robadas. Solivió la mirada quebrada, timbre bifásico de media luna desestructurada, ante el pesar de cómo huían de su destino peregrino los espíritus que conformaban las islas de su reino.

    En medio de la frialdad onomatopéyica que ocultan las águilas de la dimensión izquierda, se pertrecha un lugar para el miedo en las arenas solitarias. La voluntad disneica, el sueño cabizbajo integrado en el ensueño de una primera noche sin descanso, la sombra gris del atardecer perdido en el insomnio fulminante del sinsentido de la vida. Queda la angustia sobre el cuerpo perdido.

    Encontró en las tierras altas de las ideas sublimes e incólumes su vocación de eterna penumbra. Renegó de los ecos de la vida. Fue en la columna sur, de espaldas a la noche, donde vislumbró en sus ya maltrechos ojos de iniciado en los instintos de la muerte el lejano recuerdo – ¿acaso algo más podría ser? – de la artífice de todas las paradojas, sueños escondidos, algo velados tal vez, en las noches lujuriosas de otros septiembres. Ya no hay tiempo para la vida y los recuerdos. Dejó caer sus ideas al suelo de piedra, y sin entonar una sola palabra de culpabilidad cedió su esencia decadente al tabernáculo del otro lado. Se dejó acunar por los hilos anfractuosos que le fueron desvelados y ajustados, y elevó su silencio al cielo, y se lo llevaron las nubes.

    Más tarde, unos ojos silentes dejarían entrever la lluvia amarga de la contraparte. Ella le había esperado. Los turbios e inocentes desasosiegos habían llegado tarde. Nadie miró. En la pared pulida, desvencijada ahora, cuesta distinguir el trasfondo de una lágrima sincera entre los restos de los cristales de desprecio que otros habían construido para él. Sollozó, ahora sin sentido, sobre la inerte sombra que quedó al ser destruido por vez última el aroma gentil de la esperanza.

    Quedó una sombra plateada. Nadie la miraba. Fue objeto de escarnio y hoy quizás sólo es un mal recuerdo para los viandantes que visitan el templo, asumiendo el arquetipo pulsátil de la inocuidad del azulejo. Pero no hay plata sin secuela, ni corazón sin corazón. Son pocos quienes lo recuerdan, muchos los que siguen escupiendo en terribles auroras cubiertas de vanidad sin fundamento. «Aquí yace un desalmado», quedó por escribir en los designios de la tierra a la que fue negado. A nadie le importó. Pereció, y pudrió su carne siempre ausente en las cenizas que nunca hubieron de volver a resurgir. Imaginó una leyenda sin vestigio, solamente por exigir el único acto de onirismo que su triste vida podía soñar una vez cada cierto tiempo. Lo mató el tiempo. No hubo testigos. Fue en la columna sur, de espaldas a la noche.

23 de mayo de 2013, 01:45 h

viernes, 10 de mayo de 2013

Ella

La mirada eterna.
Sagrado, furtivo aroma a voluntad
en los reflejos castaños del viento.

Las nubes de septiembre
volvieron fugaces los deseos de primavera
que despertaban, desdibujados en la hierba.

Al borde del olvido,
escondida entre tu manto de sueños,
la noche sin descanso,
ilusión sensual, incandescente,
escrita en el polvo violáceo de las estrellas
que olvida las distancias.

Un último ensueño del alba
en el suave filo de las sábanas perdidas.
La inquietud dormida.
Sigiloso amanecer de labios y miradas
otrora mínimos, ocultos misteriosos.

Te busco, último desafío,
soledad tú de mí, insomnio, recuerdos perdidos
en el límite floral de la memoria.

Y vienes a mí como aliento fugaz de media tarde,
anhelando tu venida
resistiendo la figura de la ausencia
transformando
lentamente en la penumbra de la tarde
el viento
               en sonrisas.


En el autobús, 10 de mayo de 2013

sábado, 30 de marzo de 2013

Dum vivimus, vivamus

Para Carmen, con todo mi cariño

Todo comenzó
      como empiezan las grandes historias:
      un poco sin dar cuenta de los cambios,
      inconscientemente, despacio,
      con altibajos pero intrínsecamente constante

una noche como esta
al brillo leve de las copas. Se despertaron
las sombras del recuerdo
mirando al finito infinito
en el épico (aunque irreal y
vagabundo) recuerdo de la ausencia.

Perspectivas
sublimes, de futuro incierto, rebosantes
de ilusiones turbias,
      dijeron unos,
      ilusiones
       que salen como entraron, que se escapan,
      que se rompen, cristalización previa
      en el eco rezagado de la duda,
       en disquisiciones ambiguas (y en conflicto
       de intereses, podríamos pensar,
       aunque sería algo maligno por mi parte);

para otros,
      aquí se incluye un servidor, bien
      movido por la ilusión
      venidera
      o bien porque
      quizás
      embriagado de luz púroura
     (si bien depauperada por el ocaso azul

      de los siglos)
retaba
a la imaginación de la esperanza,
al devenir del tiempo
juntos
escondidos al abrigo de la medianoche.

Pero hablemos con propiedad
       o no,
       como hacen los poetas
       en las mañanas de autobús (martes
      previo a la masacre)


y miro
las hojas caídas
de un calendario, para
hacer
recuento pormenorizado de misterios.

Coger prestadas unas alas,
sobrevolar un laberinto
asombrosamente simple
       (tal vez
       nos parezca sencillo en este instante,
       cuando las sombras taparon las grietas
       y las almas consumaron el aire
      con flores de nuestro tiempo, con sueños,
      con la memoria
      libremente adjudicada en cada parte)

y ser,
y preguntarnos, mi cielo,
qué designio inquebrantable descrito en la Luna
me trajo a contemplar
que los presagios en el viento no son un sueño del prosencéfalo,
que la perdición completa es virtud
a la que elevo mi espíritu, junto al recuerdo
de mi infalible diosa.
 ¿Fue un capricho del destino?
¿Fue el eterno misterio el que nos trajo?

En realidad
mantengo la teoría
de que fuimos sino un desarrollo cotidiano
de cálidos contornos,
de invierno pretérito perfecto
simple
y que, al caer el torreón de los dioses, fue
defenestrado sin contemplaciones,
siendo usurpado por las nubes cautas de marzo
que nos miraban con las nostalgia sonrosada
que llevan los neófitos
en el manejo de las barcas del Retiro
cuando cayeron los folios plateados del muérdago
esperando a que los trenes alcanzaran su destino.

Y tal vez, el desarrollo cíclico
del porvenir de la Naturaleza
nos haya traído a un punto algo distante
de aquella ferviente primavera que nos vio
cuando los sauces aun no me habían visto abrazar
al amor de mi vida.

                                 Y aquí estamos,
y somos, y seremos,
y orbitamos el uno sobre el otro,
anfóteros, binarios,
a un mismo tiempo fugaces y eternos.

...el mínimo recuerdo de aquellas sonrisas de fin de otoño
rebosa de existencia...
Vuelve a mí,
delicada musa del tiempo
inspirada en el viento de la medianoche.
Ven. Otra vez. Como en aquel sueño
que soñábamos en las primeras primaveras
regaladas por las calles de Madrid.
                                                          Vuelve
conmigo
a los lejanos esbozos
reticentes en la luz de la ventana
tallada a la sombra de los destinos fugaces,
las luces sin retorno, amanecer sin dueño,
capricho de media tarde de flamante miércoles
donde reverberan las ondas cósmicas que dieron
forma de mujer enamorada al horizonte
encerrado en las nubes
que nos vio nacer y perdurar en las arenas
del tiempo sin tiempo.
                                     Aquellos ojos de Rimbaud
estaban ocultos, azules, en otros otoños
que no podía entender
cuando la sombra gris de la cicuta socrática
transformada en los amores infantiles de antes
no deja a los poetas ni a los druidas ver los árboles.
Pero no he muerto. Los poetas reviven
con el hálito pálido del gentil deseo;
y, más vivos que nunca,
miramos al cielo, al despliegue pirotécnico
prometido en el tiempo que nos despertó
del letargo infinito,
del amor sin amor,
de la sombra alargada de la duda.

El momento presente
es la puerta de entrada de otra vida.
Cuando pasen algunas primaveras,
los sucesores de la sombra blanca del viento saldremos,
confundidos,
con el entorno ligeramente trastocado,
tal vez algo perdidos.
Mas, incesantes,
contrapunto y fuga, emprenderemos
la retirada nocturna de la ciudadela
(la tan premeditada huida que creíamos incierta
y acaso tan sólo el devenir de una ilusión),
los paseos por las nubes,
rumbo norte, a los sueños,
hacia la vida que pasa y queda entre tú y yo
que fue engendrada por noches post-adolescentes,
ahora apenas un lábil sinsabor
de aliento de montaña.
                                      Pero
cuando un día te despiertes a mi lado
digamos en algún habitáculo de Trondheim
(o quizás amparados por los Alpes
o los ecos del mítico Danubio)
acuérdate de mí,
de como desde aquel ángulo oscuro
los poetas imaginan las leyendas (¿te acuerdas?)
concebidas en sueños
por los jóvenes amantes.

Y aquí estamos,
camino de tus sueños,
de los nuestros,
del alma sutil del saber, de la vida, de la muerte,
de los secretos intrincados del enfermar
de estos que nos dicen seres humanos
       (por cierto, digamos de paso que
       «laboratorio de biología molecular»
       tiene catorce sílabas).


Pero no todo es tan sencillo. Los entes depresivos
que rodean, envidiosos, nuestros sueños,
se ciñen a los clásicos,
y, emponzoñada tinta, escriben en el techo
de una tarde de abril mirando al suelo,
       que el mayor bien es pequeño,
       que toda la vida es sueño
       y los sueños…


...vete al infierno, Calderón;
los sueños son para soñarlos
a tu lado
¿...vienes a soñar conmigo...?

y no hay mayor palabra,
más ávida de pasión, de voluntad, de ensueño
que la ilusión acústica del roce de tu pelo,
que el aura infrasónica del cierre de tus ojos
sutilmente imaginados en el viento,
                                                          así que
por vez última en este tiempo inmemorial
sueño, una y otra vez, la magia reincidente
en la luz que nos separa, delicada llama,
aire deflagrado por el polvo de los tiempos.

Pero habrá más luz sobre el polvo. Rimbaud
revivirá en la tumba, la llenaremos de ceniza
y de idiotas,
y en los albores del fin del mundo
no habrá
tiempo
ni
espacio
sólo
miradas
sonrisas
gloria victoriosa que caminará sobre las aguas
desafiando depresiones y desasosiegos
soñando
como nosotros
nuevas tardes de marzo en nubes de miradas
pájaros de nueva identidad
y el deseo nada fugaz de que te amé,
te amo
y te amaré profundamente hasta el fin de mis días.

Viviremos. Ahora y siempre.
Contigo hasta el final.

 
Te amo.

Leganés, 30 de marzo de 2013.
Un año después

jueves, 28 de marzo de 2013

Punto de partida

A mis queridos amigos Alfonso, Gema, Julia, Alex, Javi, Natalia, Arantza y Aníbal,
y tantos otros nuevos amigos y compañeros que aparecieron en el camino,
por nuestra aventura inolvidable.


La amistad es un alma que habita en dos cuerpos;
un corazón que habita en dos almas.

Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro VIII 

Ubi est antiquus
meus amicus?

Anónimo, Codex Buranus (s. XIII)


Para los demás
aquella puerta no era más que un trozo de cristal
flanqueado por señores de rojo.

Nos contaron,
mil y una noches,
que la arena era otra cosa.

Nos hablaron
del poder purpúreo del deseo,
de ramos de voluntades idiopáticamente constructas
sin demora.

Nadie nos miró en árabe.
Tan sólo
fuimos pasto de las hienas
del desierto.
Incrédulos de asfalto,
hoy cruza las montañas una mirada perdida
en el puerto
y
pródigos
subimos a buscarla
como la luz del día sobre las tierras altas
que nos vieron levantar
salir
soñar
caer
entrar
resucitar.

Con la insatisfacción pasajera del cúmulo de angustias,
viajante de recuerdos, apuesta del incierto sueño,
despierto la imaginación trémula de la sonrisa
de medianoche
que juega a ser pretérita princesa,
sutilmente incompleta;
que sueña
intuitiva, constelada,
la vida remansada en el ocaso
del viaje infinito,
del alma coagulada,
de los ojos que viven para contarlo.
Escapamos
                  (dicho sea de paso)
con la mirada perenne en la otra parte
consumida por la arena y el tiempo.

Ilusiones
que renacen con las sendas de miradas
de abril.

Salimos del páramo agrietado
de encuentros y pasiones
que escapa del tiempo solitario,
que se muere
con las últimas virutas del presente desgastado.
Algunas angustias,
       las púrpuras grisáceas que un día
       siguieron el camino y nos contaron
       relatos de la otra tierra, campo atrás,
       allá donde se pone siempre el sol, y los árboles
       son de melancólica distribución
,
caminan solitarias.

El ansia espasmódica del regreso tembloroso
exhorta los hierros quebradizos
del misterio descompuesto
de los atardeceres
de marzo
tunecino.

Cuando parece
que no quedan luces en la bruma,
el desierto que en un tiempo fue liviano
se vuelve ansioso,
sufridor,
ejecutor.
               Pero
allí donde se atisba un camino cortado,
donde la perdición amarga del viajero abrupto
parece consumar un viaje sin propósito
difícil y eterno,
hubo vida,
luz de media luna más allá del túnel,
cruce de caminos
que nunca debieron separarse,
espejo recordado, polvo enamorado.

Disfrutar del momento
efímero, peregrino,
volver atrás,
donde habitan las luces sin sombra
y los amigos.
                       Y aquí estamos,
transcurriendo el cruce
like the good old times
pero
el tiempo pasa
y la túnica de sombras del invierno
no reposa en el sepulcro todavía.
Es tiempo para los sueños,
la vida y los recuerdos,
para hacer infinito lo finito,
para volver atrás una y otra vez,
sentir augurios de buena voluntad,
luchar contra los sinsentidos del presente maquiavélico,
advertirnos férreos
y cálidos,
deshacer lo incrédulo y perverso
de este tiempo que nos clava a la pared,
que nos separa,
que nos recuerda lo que fuimos,
que nos llama a lo que somos
y seremos,
predilección de nueva primavera en el reposo del alba.

El tiempo pasa.
No queda sino el aura
de nuestra vida.
Tan solo el eco triste
de los recuerdos
que marcan los senderos
poco indicados
que cogieron, erróneos,
otros poetas
de principios de otoño
sin intuirlos,
sin advertir la sombra
que uno soñaba
vacía de pensamiento,
sólo aparente,
y que se haría después
neblina y polvo.

Pero todos dijeron
(eterno incrédulo
fui; más bien, engañado
por la ilusión
cedida en otros tiempos
y que no quise
deshacer de mi vida
ni de mis sueños)
que estas historias
no acaban bien,
que la sombra del verso
yerra también,
como fue demostrado.

Ahora sé
dónde moran las palabras
de cariño.
Sólo quiero
transigir en sólidos bastiones,
volver a la memoria
los tiempos pretéritos queridos,
donde habitan las luces del recuerdo
y escapar,
fuga y misterio,
para volver a la senda que nunca debí dejar,
para dejar de soñar
con el encuentro fortuito del cruce de caminos.
Quiero volver al camino.
Donde se esconden las luces
a las que nunca hube de renunciar,
Donde habitan los abrazos.
Donde se puede soñar
sin que nadie me lo impida
tergiversando en auroras de vanidad
los sueños de una vida.

No permitiré
que el eco rezagado de la duda
nos separe una vez más.

La aventura nunca debió tener fin.
Volvamos a empezar.





Hammamet (Túnez), 24 de marzo de 2013

martes, 26 de marzo de 2013

Poema del desierto

Sombras de espejos.
Luciérnagas, depósitos, sueños
trastocados en el colosal desaire
de aliento de poema en madrugada de reposo.

Piedra blanca de la medianoche.
Las leyendas hablaban
de un recuerdo infiltrado entre las puertas de hierro,
reino de sueños.

Reflejos de pestañas
en la mirada tórrida del turbante quebrado
en las noches rítmicas de marzo
que albergan las esquirlas de la hoguera
escogidas sin rencores
fanáticas
dispersas
fundidas
en los soles de incierto porvenir
que nos cedió un tiempo paralítico,
que confundió el polvo azul de las estrellas
con el gris y amargo del camino.

Te susurro esta mirada en el invierno muerto,
ventisca destronada de miseria en estas tierras
de polvo y arenisca,
de esbozos y de puños,
de empanadillas de atún,
de sueños recónditos
que se pierden en la arena limítrofe
del Atlas,
donde la calma lustrada de la arena
discrepa con tus labios.

                                     Y miro
con ojos beduinos
el contorno inspirado de una danza
que escapa hacia el Sahel
amparada por los ecos pertrechados del abismo.

La salobridad recóndita de tus nubes rizadas,
de la piel curtida a fuego y piedra
en los lejanos oasis que vimos partir.

Te escapas
de la luz rectilínea de la estética.
Regateamos
labios de palabras,
rosas del desierto:
y yo
siempre exhausto
te concedo sin dinares
la utopía del aire transmutado.

                                                Y te miro,
mujer de tierra adentro,
temblor intencionado en pétalos de sueño
de la nueva primavera
que mora en el descanso de la noche sin retorno
en la que invoco
tu canción, tu recuerdo, tus ojos,
mi vida entera
                       mas
                       ahora
                       acaso
                       tan
                       lejos
                       de
                       ti
separados por océanos
luz de ópalo maldito
miro al infinito
     a unas cuatro millas náuticas del límite
     entre las tiendas de souvenirs, la arena,
     tus ojos y las demás estrellas,
     no más lejos

y en la calma indiscutible de las noches árabes
vive una tímida canción a la esperanza
del mañana intrépido,
del presente ubicuo.

Tan lejos,
tan cerca acaso.
Hagamos de la inerte y polvorienta senda
un hálito de luz del tiempo que nos queda.




أحبك

Tozheur-Hammamet (Tunicia), 20-22 de marzo de 2013

martes, 5 de marzo de 2013

Sobrevivir al invierno

Le decían invierno,
pero, en verdad,
era una pluma en silencio,
guadaña, callado muro,
desesperación no encapsulada,
tentativa de asesinato,
suicidio asistido.

Hoy es todos los inviernos.

lunes, 18 de febrero de 2013

eterno compañero

cómo hemos llegado hasta aquí / se pregunta uno contra la pared / inerte / buscando el aliento de tortura en el crepitar de la sangre / digo «mi vida» / con conocimiento de causa / tú, / única / necesaria / suficiente, / le das sentido, / fin / principio

cuando todo se va, / la renuncia al todo por el todo / se advierte moralmente necesaria, / no suficiente; / nada vengará nuestra agonía

y escribo / marchito / moribundo / queriendo esbozar / en unas palabras que no van a ningún sitio / mi voluntad de eterno compañero

y aquí yace / otra noche más / la sombra gris de quien te ha amado y ama siempre, / en la atroz impotencia / del que ve frustrado su presente, / que muere cada noche / intentando volver tus ojos a la vida, / escabullir un mar de lágrimas; / que vive de esos ojos, / que no es / sin ti;

que desea / que volvamos a la vida de noche en noche, / que todo sea como en los años del presagio; / que añora tu mirada de jueves

mas / esclavo de unas pocas palabras / muero lentamente / entre esas lágrimas que anhelo destruir en ti,

y en lugar / de pasar a la acción, / en vez de hacerte activamente feliz, / en vez de eso estoy aquí,

idiotizado / esclavizado por el verso.


Escritura automática. 18 de febrero de 2013 - 01:48 am. 

jueves, 14 de febrero de 2013

Valentine's 3.0

Me dicen los puristas
que dónde está mi caja de bombones,
dónde mi rosa, do mi osito,
do ese carmín de felpa,
do los regalos
y los sueños.

Salir a la calle
impregnada de rosa.
Ya llegó la primavera. Mañana,
vuelta a la rutina.

Transcurrido el embrujo,
algún galán de noche recogerá las calles
y será no más
que la sombra breve y derruïda de un recuerdo.
Y mañana, otro día.

Entreacto. Cuando en la avenida es sol
de media mañana, es invierno en el cuarto piso.
Allí mora, pues no descansa, la agonía
de las palabras muertas en el mar de la tinta,
Resurrección de la angustia.
                                              Te busco,
rememorando con ecos arcaicos
lo que un día no fuimos,
mis años de la idiocia,
                                     pero
hoy
las cosas han cambiado,
y te adoro,
te amo.
             Pero no te amo
cual dicen los puristas
en materia de bombones y de cuentos;
en, quizás insuficiente, compensación,
disculparás que me separe de la norma,
cedo este corazón pequeñito,
ni de felpa ni chocolate,
a veces difícil de comprender,
pero que anhela la hipertrofia cada noche,
llama y voluntad, para amarte
tal como te amo.
No obstante aún estoy a tiempo de los bombones.

Y no, no estás. Descanso
brevemente la mirada.
Se advierte
la pared dolida
por cientas miradas a un lado
que
huyen
del reflejo celuloide
impregnado de carbón, de polvo
            o
            tal vez
            serían unos rayos de luna perdidos en la incertidumbre
            schrödingeriana.

Invierto
las horas que me quedan
de este iatrogénico festejo
interpretando solitario
electrocardiogramas,
buscando entender los designios del corazón
a la luz poco fidedigna de la ciencia.
Mi corazón de felpa,
patológico,
se resume en el registro
y en el permanente anhelo de hallarte
allá,
miro otra vez
hacia el lado horadado de la pared
donde estaba
el corazón de piedra verde. Pero
nada ha cambiado. Las extrasístoles
ventriculares tienen un complejo
QRS alargado y
patológico.

Y te sigo esperando. Mañana
ya no será el día esperado y anhelado,
pero desde esta sórdida morada del invierno
con el alma imbricada en tus miradas de jueves
te prometo
volver a nuestro encuentro,
desvelar los presagios en el viento,
amarte una y otra vez, palabra por palabra,
hasta el fin de mis días,
amén.

Mientras tanto
propongo hoguera de puristas,
píos amantes, no dejéis
que la iracunda sombra del dólar mancille
la pureza angular de cuatro labios
extraordinariamente complementados.
 
Valentín,
moriste en vano.
Malditos romanos.

viernes, 1 de febrero de 2013

Trilogía del desasosiego

1. Un día gris

Qué es un día gris.

No es
sino la sombra, el tiempo
que muere en el pasillo,
que nos mira
incrédulos
pasar el tiempo en absurda agonía.

No es
sino un mal sueño que no debió ser,
que no debió existir,
que invade las entrañas, el cerebro,
la emoción.
                     Y suspiro
con tintes de rotundo desconsuelo.
Quiero volver.

                        Al menos
da la impresión de que hoy
el retorno se advierte más factible.
Aunque presa del polvo, hay esperanza.
Si esto no fuera así,
tengo por seguro que hoy no sería un día gris
sino
       más certeramente
un día negro.



2. Ciclotimia

El frío agreste del aturdimiento
post-exámenes. Luces, que huyen solas
con paradero idiopático, esconden 
la trágica existencia del pasado.

Que nada es lo que parece, y a un tiempo
dejarnos que se escape de las manos
la cruel, fúnebre sombra de la ausencia,
no es bálsamo de dolor ni de angustia,

tan sólo, en el infierno de esta noche,
hacemos como si nada pasara,
tú la noche y el día. Ciclotimia,

tan sólo quema otro par de millones
de neuronas. Gritarás: "Es mentira".
Ocaso. Amanecer. Vuelta a empezar.



3. Modus tollendo tollens

       ***
 1. p → q2. ¬q┠ ¬p [MTT (1, 2)]
       ***
  
El polvo del camino 
plagado de quehaceres,
espejo de ansiedades,
tortura de virtudes.

La vida que nos queda
no-sombra del carisma,
no-viento del laento
de este no-poeta de invierno.