jueves, 30 de junio de 2011

Párrafos #1. De musicæ

ÚLTIMO TANGO

Esbozos de sombra y arena. La virtud se muere en cuchillos sin dueño. Ni olvido ni perdón. Sólo un goteo – el palpitar de la carne sin carne – en el derramado sinsabor. Misterio. En los recuerdos del viejo bandoneón quedan notas desesperadas de la avaricia de la sangre.


SONATA PARA VIOLA

Cuatro resonancias turbulentas inundan los suspiros rezagados en el agua remansada por las ánimas. La ciudad duerme, atónita, insomne. El eco de las cuerdas se desvanece en la límpida corriente que atrona a las aves en su letargo infinito. Reflejada en su espejo de lienzo y sedas vibra los colores de tu fantasía, vistiendo de azur y plata los senderos que rehuyen sus semicorcheas.


SENZA RIGORE


En el lóbrego desierto del papel pautado la agonía dodecafónica escapa a los oídos del verdugo del tiempo. Soledad en tres por cuatro. Moribundas, las eternas manchas negras se deslizan por las líneas como el gorrión ingenuo que anida sobre el cable del telégrafo. Mientras –sotto voce– subsiste en la penumbra de la vida y la muerte el lamentoso encanto de las gaviotas perdidas.

miércoles, 29 de junio de 2011

Introducción al ciclo "Párrafos"

Hoy he terminado de estudiar en la Escuela Oficial de Idiomas. Han sido cinco años intensos de inglés que se desbordaba entre mis apuntes de ESO, Bachillerato y ahora de la Universidad. Ha llegado ese particular momento que pensamos que no llega nunca, en el que algo se acaba y marcas una X en un cuadrito de la hoja de servicios de nuestro proyecto de vida.

Cada año es una historia. He conocido a gente con la que he congeniado muy bien y gente que me ha dado la espalda, si bien estos últimos han sido los menos y sólo los primeros cursos, cuando con sólo catorce años apareces en medio de gente de veintitantos que te mira por encima del hombro hasta que superas sus notas y entonces te miran con envidia, sin saber nunca hasta el día de hoy cuál de las dos situaciones es peor.

En quinto y sexto cursos (Avanzado I y II), desde el año pasado hasta hoy, conocí a un gran hombre. Un profesor excelente. Un maestro del ingenio. Un cachondo mental, cuando es necesario. Nunca sabré qué marca de whiskey tiene la lata de Coca-Cola que trae Juan José Almagro (Juanjo para los amigos) cada día a clase. Nunca había tenido en la Escuela de Idiomas la sensación de querer ir a clase, no produciendo el rechazo que me generaban al menos dos de las otras tres profesoras que he tenido. Se nota el nivel y la calidad a un kilómetro de distancia. Al finalizar el quinto curso tuvimos una clase de "creación literaria" y el mejor poema (cada uno tenía dos autores) sería premiado con dos ejemplares de un poemario que se titula El hombre bañera, escrito por él mismo. Mientras Juanjo no estaba en clase en un momento repentino lo cogí y empecé a hojearlo. Me recordó mucho al estilo que ahora empleo en el ciclo Insomnio. Juanjo dice que escribe palabras contundentes que encuentra en todas partes y después las emplea si es menester. Aquí va un pequeño ejemplo.

FE EN EL CABALLO


Ingenian una maleza de cuellos para aliviar la llaga de la rienda. En cambio tú, amigo, arengas al caballo de mil patas que crece negro y brillante en el eco de los potros, y no le desafías para cubrir a la mejor. En la doma el barro sobrante de los cascos concederá la forma a tu cara, tu cara y su mitad insomne del deseo y la llanura.

De ser mío (Juanjo, permíteme versificar esta maravilla), habría sido algo así:

Ingenian una maleza de cuellos para aliviar la llaga de la rienda.
En cambio tú,
                      amigo,
                                arengas al caballo de mil patas
que crece negro y brillante en el eco de los potros,
y no le desafías para cubrir a la mejor.

En la doma
el barro sobrante de los cascos concederá la forma a tu cara,
tu cara y su mitad
                               insomne del deseo y la llanura.

Me quedé absolutamente sorprendido. Los poemas en prosa tienen algo, no sé qué, que los hace más contundentes. He escrito versos durante casi toda mi vida desde que sé escribir inteligiblemente pero ahora esto me parece mucho mejor para el estilo que quiero lograr. En el ciclo Insomnio escribía paradojas posiblemente-lógicas formadas por palabras sin sentido que iban componiendo un todo y que por separado no se entienden. Es hora de darle una vuelta más de tuerca a este sistema y escribir algo en este estilo. Así nace el ciclo Párrafos.

Juanjo, va por ti, por enseñarme a escribir como nadie, tanto en inglés como en español.

jueves, 16 de junio de 2011

Fragmentos, lirio, rosa

Hoy estoy besando un beso;  
estoy solo con mis labios.
(...) Los pongo 
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
 
No.
Te estoy besando más lejos.


Pedro Salinas, La voz a ti debida


Me perdí un instante entre tu pelo.
Dulce, sigiloso,
al tiempo y a mis labios generoso.
Tus ojos me susurran una canción
sin palabras.
Amalgama de fresa y hierba.
Me perdí
un instante entre tu pelo.
Mi canción. Tus suspiros.
Gloria de primavera,
de mujer enamorada.
Tu sonrisa despierta dibujos
en el cielo de Madrid
de fantasía sublime,apasionada.
Me perdí un instante entre tu pelo.
Sueño de la dulce vida
anhelada
entre presagios de indignación alzada
y de mañana florida.

Me he vuelto a perder
entre tu pelo.


Te amo.

Leganés, 16 de junio de 2011
(¿un año después?)

domingo, 12 de junio de 2011

Prólogo. "Nistagmo"

Los cristales rotos de una lejana ventana aportaban una mínima corriente de aire que mantenía la celda con vida. Las lluvias del último mes habían pasado factura y se había filtrado algo de agua sucia por las paredes de hormigón, cayendo gota a gota, clac, clac, clac; formando unas pequeñas estalactitas en el techo que se confundían con un gotelet que se descamaba al pasar la mano por la pared. Clac, clac, clac. Además, la incesante humedad que se apoderaba de la sala había traído consigo las primeras cucarachas, que salían de sus escondrijos por la noche en busca de alimento para sus crías, bien ocultas entre los agujeros de la pared que en otro tiempo habían sido nicho de algunos componentes de acero provenientes de alguna máquina o cualquier otro elemento.

Clac, clac clac. Desfallecía su mirada en la soledad de la noche. Fantaseaba con contemplar un hermoso amanecer en el mundo feliz que mamá le había prometido. Un mundo lleno de colores vivos y refulgentes en el que poder reír y cantar sin parar hasta cansarse. Un mundo libre. Un mundo. Y en lugar de eso, tenía ante sí una atmósfera oscura y repugnante en el que la acomodación de su retina apenas dejaba percibir los contornos de su miserable habitáculo y los restos de un aparato metálico tan oxidado y destartalado que no podía reconocer. Sus escasas ropas apestaban a humedad y a suciedad acumulada. Clac. Cerró los ojos con tanta fuerza como su cuerpo exhausto le permitió. Rompió a llorar. Estaba sola. Clac. No quería seguir viviendo así. Clac. Entre sollozos, los ojos le seguían dando vueltas y más vueltas en medio de aquella oscuridad infernal a la que tenía que someterse estoicamente, sin esperanzas. Clac. Clac.

A lo lejos resuenan unos pasos. Es un sonido hueco, desafiante, como latidos de un corazón helado y muerto de miedo.

– Vienen a por mí...

Se aferró a la pared con fuerza. Cerró los ojos con tanta fuerza como su cuerpo exhausto le permitía. Sus amargas lágrimas se confundían poco a poco con la humedad del cuarto y creaban pequeños riachuelos hasta filtrarse por la pared. Anhelaba el fin de su sufrimiento. Quería suicidarse. Clac, clac. Rápidamente afloró su creatividad. Pensó en aquel viejo cachivache de metal y buscó con la mirada perdida algún filo cortante entre la chatarra. Nada. Clac. Pensó en la ventana rota como otra alternativa para cortarse las venas, pero no tenía fuerzas para llegar hasta ella. Clac. Pensó en dejarse comer por las cucarachas, cuyo número ascendía por minutos. Pensó en romperse el cráneo contra la pared. Clac. Había pensado demasiado. Tanto, que su metabolismo basal no lo pudo soportar. Clac, clac. Un último hilo de voz huyó de su laringe.

– Mamá, tengo miedo...

Paralizada de frío, la niña se recostó en su rincón de la pared y se dejó caer en los brazos de Morfeo. O tal vez en manos de la muerte.