destellos que preceden al combate de las manos.
Hay una luz templada en tu sonrisa.
Los iris giran en caleidoscopio,
enfocan el futuro como Bósforos:
pontífice es tu amor en mi camino
por esta soledades sin destino,
por los senderos sin rumbo,
con el pesar inquieto de los tiempos
y un cántaro entreabierto de desdicha.
En cada despertar hay una sábana
que cobra vida propia.
El aire es la tintura de dos sangres,
el río que, por tu cuerpo, nos transporta.
Condensan nuestras almas unas gotas
de suero felicísimo
que van a reposar sobre la mesa
mientras (cabeza abajo
aún) recorro las nubes del deseo.
En cada despertar hay un café
con cereales,
una nevera austera, y que no falte
tu peso en chocolate en la despensa
y algún cacharro sucio que no supe fregar.
(Y es que el poeta ve a Dios
cuando viene tu madre).
En cada despertar hay un acorde y
siete notas,
los discos de zarzuela de Luis Cobos
para tirar al plato,
cinco Lieder de Brahms dados la vuelta
y tu canción discreta
que, cuando nos oculta el murmurar
de la luna de Parla,
me regalas en tus brazos
y es reposo
feliz de medianoche
para dormir la angustia,
para volver mañana a despertarte
a tientas y con flores,
y que cada mañana sea infinita.
En cada despertar estás aquí:
no habita la penumbra mis estancias
cuando al cruzar pupilas
se advierte la profunda simetría
que no puede robarnos ningún tiempo.
En cada despertar eres así,
eterna, siempre idéntica,
remanso de verdad, oasis querido.
No sé cómo nos vino el tiempo.
Ven
y sé mi compañera de viaje.
Que sean otros poetas los que canten
las odas por nosotros.
Tan sólo hay que ocuparse de vivir:
escribe tu diario en nuestros besos
y no te vayas nunca.
Leganés, 27 de marzo de 2019
Siete años