Mordía la nieve
el óxido en los tejados
de todo un sueño,
y el viento arraiga
sus hidras en el puerto
como un viajero.
Los pescadores,
mirando al archipiélago,
dan esperanza
a las figuras
pálidas que se enroscan
entre las rocas.
Sonrió la nada.
Cuando volvió la vista
la tentación,
supe que estabas.
Cada latido ardiente
soñaba en ti.
Haciendo tiempo
pensó la tarde ártica
que me amarías,
mas no lo puso
fácil. Tu trenza helada
sabía a ceniza,
y tus mejillas
de luz crujían, sedientas
de otra canción.
Soy humo y paso,
una ventisca esquiva
para tu aliento,
pero si quieres
puedes pasar adentro,
y en mi pasión
(donde no buscas,
donde nadie pregunta)
soy lo que ves:
un temblor fino
que mira al fin del agua
con ilusión
de que recojas
en tu barca invisible
mi luminaria
y me acaricies
el alma con tu voz,
y el calor blanco
de tus suspiros
besados en mi boca
me hagan sentir
en esta austera
salida de emergencia
que estás aquí.
Y es un amor
pensado, no divino
ni terrenal:
es una mano
invisible y templada
la que me lleva,
y una sonrisa
que abre sus dientes tiernos
al horizonte
entre tres aguas
al puente que ilumina
mi larga sombra.
Cuando terminen
de navegar los hombres
por esta tierra,
se abrirá el cielo
para que nos sentemos
a ver el alba.
Todo es extraño:
tus besos saben como
un árbol frío,
(no me lo jures:
los nórdicos no sois
mucho de abrazos,)
pero si insistes,
entra en mis sueños sola,
cierra la puerta,
ven, y, desnuda,
escucha por tu cuerpo
gruñir la sangre.
Grandes ventanas
que miran al castillo
(por las que todos
los hombres lloran
cuando no han sido vistos)
nos reconocen
mientras amamos,
y hacemos trazos en
cuerpos soñados
de un mapa en seda
bajo las escaleras
de los recuerdos.
Van por delante
las chimeneas del puerto,
que hacen camino
mientras espero
suspirando en azul
aguas arriba.
No tienes nombre,
serías toda mi vida
si fueras alguien.
Te augura el norte
fría y dulce, en calma,
como las olas
gemelas, ávidas
de retorcerse al canto
de las sirenas.
Helada reina,
sobre la roca antigua
labras tu ausencia
y los viajeros
regresamos soñando
tu viento en calma
para que un día,
cuando vuelvan los bosques
a florecer,
en tu deshielo
volveremos a verte
lejana y sola.
Y nos tendrás
como sueños de amor
buscando un nido,
para al fin, en mí
reposar el verano
sobre el verdor
que deja el páramo
añil entre las rocas
y hacia tu piel
para volver
a ser, juntos, glorioso
lazo de sol
y en cada esquina
teñida de cristales
y aroma a sal
rehacer los árboles
exactamente allí
donde te amé,
poner los bancos
justamente en el sitio
donde tus brazos
me vieron tuyo,
donde tus ojos verdes
me secuestraron
y donde todos
tus encantos, tu voz
y tu promesa
me acariciaron
y templaron mis manos
aquel invierno.
(No tienes nombre.
Tendrías toda mi vida
si fueras cierta.
¿O sí lo eres?)
sábado, 30 de enero de 2021
Bron
domingo, 24 de enero de 2021
Modus operandi
Un salto de ceja fuera de lugar
y todo al traste. (Aquí hay papeles viejos
con mujeres y poemas obsoletos:
habrá que recurrir a estos cajones
y ahorrar suspiros escribiendo al dorso.)
Hay que girarse en el momento exacto
que encaje con la línea de sus gafas
y el ángulo feroz de su sospecha.
No debe percatarse de que vives
buscando un temblor fino en sus escorzos
que suponga una respuesta callada,
no tiene que intuir que cada tarde,
cuando sales de la planta, la piensas
y repiensas y sueñas con que un día
volvamos a abrazarnos normalmente
para acariciarle el pelo.
la excusa predilecta de actuar
como si fuera fácil, como si
pudieras eludir la taquicardia
mientras te pierdes en su abrigo gris
y libas el perfume de su cuello.
Después tendrás que urdir la trayectoria
de sus manos como una danza extraña,
irregular, curiosa, entre los cuerpos.
No pierdas tiempo. (Amar es casi fácil,
lo duro es que te quieran. Pero acaso
la espiral no se detiene, y te elevas
a las profundidades de sus besos.)
Lo demás va rodado. No olvides
ordenar ciegamente tus palabras
y firmar al salir.
Vivir (soñar)
se escribe cuesta arriba, y en los márgenes
deja surcos sembrados de ilusiones
del yo que no han pasado este «nosotros».
No hay rima ni leyenda que describa
la marchitada flor de la rutina.
Mientras contestas indiscretamente
viajan las horas prestas, y te casas
y tienes hipoteca y en el libro
de cuentas te encomiendas a la cábala.
Repasas la consulta de mañana
preparando cafés en un rincón
mientras tú no eres nadie y ella se viste,
y haces tiempo mirando las noticias,
estudiando facturas y pasando
páginas de algún libro muy pesado.
Reposarán, entre unas fotos, los extractos
de lo que por amor has elegido.
¡Amar, vivir, pensar: qué complicado!
Pero entonces ocurre. Sin dudarlo,
la delicada musa de tus versos
arrastrando los pies por el pasillo
abre la puerta, como un león hambriento,
y te muerde la oreja. Es el Te quiero
exacto que, flotando en la cocina,
dará por fin sentido a tu existencia.
sábado, 23 de enero de 2021
Dos lunas
La que alumbra mi voz
y la que pinta los sueños.
La que escribe los ríos
y la que ríe nerviosa
cuando tocas el agua.
La que vuela entre el trigo
de las nubes de otoño,
y la que vive en los trazos
flautistas de tus ojos.
La que dibuja acordes
serenos sobre la arena,
y la que lee el presagio
luminoso y cercano
de tu sonrisa tierna.
La que brilla sincera
y dibuja en la puerta
diez soles de primavera,
y la que, cuando no estás,
desenfunda un violín
atónito de tristeza.
La que envidia a los pájaros
azules de tu cabeza,
y la que sube al cielo
para escuchar de cerca
la aurora de tu pelo.
La que nunca despierta
y la que dice: te quiero,
escondida en un rincón
a que llegue el deshielo.
La que baila en las sombras,
con una sutil promesa.
La que escribe, ignorante,
Y la que más te desea.
miércoles, 20 de enero de 2021
Porvenir
Eres.
Me basta.)
Ángel González
Yo sé por qué no tengo que escribirte,
y doy la vuelta como
traza tu abrigo al vuelo la inocencia
de quince años atrás.
Tal vez tú eras la niña que ahora asoma
en el brillo dorado que me aleja
de escribir cien mariposas en tu rostro.
Para entonces ya había aprendido a amar
y a recorrer escenas imprecisas
de un tú y un yo y un sueño,
ya había aprendido a hacer
como que miro hacia otra parte mientras cuento
los trenes de Madrid en busca de una voz.
Mis lápices ingenuos
ya componían esbozos de su canto.
Ya había aprendido a ver
el tiempo como múltiplo de besos.
No sé qué fue de ti. Pero sí sé
que yo existo por todo cuanto he amado
y ahora,
con fuerza renovada en la certera
luminaria de mi adviento, te descubro
por el brillo azul que suena al verte
cuando sales de casa, y por el tiento
lúcido y silencioso de tus manos
mientras templan mis noches y las cuidan.
¿Por qué has tardado tanto?
Te esperaba distinta, y me resultas
magistralmente exacta. ¿Dónde estaba
tu juvenil sonrisa para darme
su primoroso aliento?
¿Por qué no me regalas otras nubes
de luz en los esbozos de tu pelo?
Brillante alevosía la de tu imagen
saliendo de las aguas;
ardiendo en la distancia, mi suspiro
como un dulce relámpago.
Yo sé por qué no tengo que escribirte.
Voy a cerrar los ojos. A buscar,
en mis lunas de nieve y alma, luz,
locura, advenimiento prodigioso.
te pienso de repente.)
Para aprender a amarte
y a dibujar abrazos
cuando muera el invierno.
domingo, 17 de enero de 2021
Tanzlied
exacto del contorno de las calles
escrito entre tus manos,
y un borde frío recorra
tu cuerpo misterioso,
hazme ver sin ser visto
al paso de otros hombres,
y baila para mí,
rozando en el deshielo con cada rizo azul,
pintando una acuarela de tu mejor sonrisa.
No hay nada que explicar. Culminará la noche
con tus labios escritos y tu cuerpo alcanzado
por certeros pasos, y abrazado en la brisa
inquieta del invierno, donde somos felices
pintando nuestro amor inesperado,
fingiendo que no somos
más que unos versos blancos en la vela
calmada en el regreso tras diez años
de huidizas pasiones,
de admirables virtudes que te vuelven
sincera y poderosa,
brillante y surrealista, o tan exacta a veces
que muerden tus ideas.
Tu ciudad permanece. Transcurren tus locuras,
tus pinceladas suaves, tus abrazos
y los rítmicos pasos que entretrazas
al ritmo de tu música en la nieve fundida
evocando un camino, unos secretos
que llevan a tu boca, a tus palabras
labradas en mis dulces pensamientos
que iluminan mis noches. Y sabré,
porque he vivido mucho para amarte,
cómo me salvaré por tus encantos,
cómo ilusionaré mis porvenires
con cada noche quieta en que me sueñes.
martes, 12 de enero de 2021
Andar el camino
Me olvidé de quererte.
Hay un yermo glacial en mi ignominia,
y hay escarcha en los párpados.
Abrazando la bruma y el silencio
quise ponerte nombre, y unos ojos
verdes y luminosos. Te olvidaste de mí.
Cada cual con su amor, y yo inventándome
las caricias que todas me negaron.
Nadie vendrá a buscarme,
nadie susurrara mi nombre en el profundo
invierno de mis tardes solitarias.
Me olvidé de querer. Ya sólo quiero
una mano sincera para andar el camino,
unos ojos bonitos que dibujen
sonrisas en la nieve.
Tan sólo una palabra, y la vida
sencilla que apacigüe el lamento
de mis viejos versos de juventud.
Y el reflejo voraz, hipnotizado,
que esgrimirá tu boca en mis dominios.
(Aún queda juventud en mi tediosa complacencia.)
Y ante el último tiento
de luz en la caterva de candiles
que refleja el cristal blanco en las tierra
me olvidé de sufrir
también.
Ya asumo que no existes
y paso las mañanas embozado en el eco
que las nubes deshojadas gruñen, toscas,
hiriéndose de frío. Si no existes
mi vida es la de siempre, templo estoico
y lúcido. La herencia de los astros
que escriben en el cielo lo que ha sido
y borran mis anhelos.
Así, si un día despierto
cogido de tu mano, y entre tus dedos
acaricias mi rostro en el invierno
templado sólo en ti, luz de mi vida...
Entonces fingiré que habré soñado
sonámbulo. Tan sólo hacia el final
descansaré seguro y creeré en ti.
Entonces bastará.