jueves, 23 de julio de 2020

Mercado de vanidades

Todas eran iguales.
Arquitectas, viajeras, consultoras
de empresas importantes. Feministas.
Veganas. Divertidas, y sarcásticas
pero dulces. Sencillas, pero intensas.
Rubias, pero morenas. Larguiruchas
de gafas circulares que esquían en Pirineos
con sonrisas perladas. Maquillajes
como el mejor Cézanne.
Vestidos que regresan de viaje.
Libros profundos. Miradas lejanas
hacia un aire filósofo. Esquíes. Blancura azul.
Un manantial rizado en el recuadro
grisáceo de la vanidad, certero
pero falso y grotesco.
Y cuerpos. Y los focos
quebrados indecisos en la simple
imagen sucesiva de curvas ominosas.
Al peso las caricias. Una oferta de sexo
por un módico precio. Y otra vez
en el bosque gris de las vanidades
denotando, autómata, con mi mano
quizás en demasía rápidamente
las falsas esperanzas que deseo.

Los corazones pasan, escondidos,
inermes al gusto de la multitud callada.
Aquí no te hallaré. Los de mi especie,
trastornada de inviernos de palabra,
seguimos lejos de este inverosímil
baluarte de mentiras.

Te esperaré en la piedra
concedida de augurios bajo palio
de azulejos hendidos de autores modernistas.
Así sabrás quién soy. Y mientras tanto
te puedes divertir mirando fotos
de quienes no te buscan. Tú, ¿qué dices?
¿Eres? ¿Sueñas conmigo? Ven. ¿Qué esperas
de mí? ¿Qué puedo darte
que no se satisfaga en un tugurio
así? Vete. No puedo competir contra aquéllos.
No quieres verme. No sabes lo que te espera.
Busca a uno de ojos verdes
con barba de revista y con encantos
nunca antes conocidos.
(Te lo puedes follar si lo deseas,
que para eso eres guapa
y mides uno ochenta y, con tus tetas,
ocupas todo el campo visual.)
Busca a uno que hable mucho
y que te haga reír. Es lo que dicen
que tienes que encontrar
persiguiendo tu sueño americano hecho hombre
que habitó en Barcelona, entre nosotros
pecadores de bien. Yo busco otra luz
y otros abrazos. Supongo que alguna
de vosotras tendrá curiosidad
por el cero a la izquierda y por los restos
inquietos de un romántico
yacientes en el suelo de hormigón
donde besas a tu Heracles en moto.

Qué lástima me dais. Y yo a vosotros.
Pero yo estaré solo. Y la coherencia
se hunde bajo tierra como un bulbo incorrupto
que alguien encontrará cuando los tiempos
me sean más favorables. Mientras tanto
este aire de crisálida me sabe a vida eterna
y a bienestar tranquilo.

Barcelona, 23 de julio de 2020

miércoles, 15 de julio de 2020

El cruce

Su nombre era el de todas las mujeres

Luis Alberto de Cuenca

Este verano se llevan los vestidos grises
y las pocas palabras. El extraño equilibrio
de la línea sencilla y tus curvas selectas.
Hay balaustradas turbias para escribir
en acuarela verde las llamas de tu pelo
con veraniego ardor, delimitado
por una esferificación de tu silencio
y el tacto delicado de tus gafas.

Sobre la mascarilla estás preciosa,
viajera imprevista. Me acuerdo de tus pasos
de verosímil claqué en las alas de un viejo bandoneón
que saluda a tu tierno colorido
desde un balcón en Gràcia. Los hombres hacen flores
en los tejados púrpuras, en diagonal escolta
para alumbrar de truenos tus sonrisas.
Yo me he quedado aquí, en mi lugar secreto
para admirar tus pasos misteriosos
y el suspirar barroco de los rizos.

Viniste a enamorarme de repente. Era un abrazo
de sabores certeros. Tan dulce, tan como antes,
apasionado e incorrecto, a menos de dos metros
como era de esperar probé tu boca. Era el cruce
de Muntaner con Balmes – te'n recordes?,
un llanto antiguo en grácil chapoteo
perseguía cuesta abajo nuestra sombra.
Pero aquí somos nuestros, nada más
que nuestros. Para sentir la firme
autoridad de este único ahora mismo
donde nos reencontramos, inmediatos,
sinceros, con la nostalgia desnuda
del primer trazo en el papel, del primer te quiero
dibujado en la arena.
Como si aquellas tardes fueran otras
de dimensión ingrávida, como si aquellos besos
fueran sólo un papel roto flotando en el Besòs
y un mal sueño viniera a reírse en mi melancolía.

Pero yo puedo verte. Viajas en el tranvía
fantasma. Estás aquí, conmigo. Aún
no sé ponerte nombre. Era el de todas
las mujeres, supongo. Entre ambas calles
miro de vez en cuando. Y, de reojo,
nos veo haciendo palabras
de noche entre la hierba misteriosa
del manantial callado, de colores recónditos
en esta urbe imposible y fascinante.

Barcelona, 15 de julio de 2020

viernes, 10 de julio de 2020

Y no me olvidarás

Si me falta el amor, no soy nada.

1 Corintios 13, 2

a todos los enfermos de ELA, y a sus familias

Tarde para el silencio, y
pronto para el olvido.
La muntanya avui calla. Surt del petit bressol
una substància negra, agra de cor. Las gaviotas
gruñen cantos arcanos. Y los peces
dormitan en silencio
bajo el acantilado que supone tu cuerpo
sobre la roca muerta,
y en el fondo del pozo me alcanzará la lluvia.

Te vi en un viejo túmulo. Eras nadie.
Eras un ángel blanco sobre el rostro
macilento de una virgen de cristal
dentro de una pirámide. Los trifolios
girando se alinean con tu sonrisa,
tan grande hasta en el más profundo túmulo
que iluminan tus ojos
y se convierte en un lugar de tránsito
de la resurrección de los poetas.

Eres un espejismo.
Tu sombra te delata, y eres tú
porque la luz te advierte
tan reina poderosa en el verano
sobre los tristes mármoles
de cumbre modernista ya olvidada
por el hongo impertérrito de la amnesia.

Una mujer anciana
recorre lentamente y en silencio
las ramas y los pórticos,
y deja un tulipán y un beso en sal
en el séptimo nicho.

Aquí está mi marido, ¿sabe usted?
Cuando era como sois,
en un trozo de espejo nos besábamos
y los tranvías seguían pasando sin hacer
ruido, y la noche
era un enigma en sí misma. Con sus manos
me inventaba el camino
de un tierno aletear para una niña de posguerra
hasta una hoguera abierta sobre el tálamo.
Siempre estuvimos juntos
mi Joan y yo. Pobret. Pasaron
los años, ¿sabe usted?
La bruma y la pobreza, apenas fueron
trámites rigurosos. Y pasaron
los años, los cañones, los verdugos.
Teníamos una casa ahí al pie del Tibidabo
pra escribir con fuego de una lumbre pequeña
deseos de juventud, planes, hijos, ya se puede
figurar. Cuando tenía cincuenta
ya no besaba igual, y había una voz
extraña en su interior. Pronto se volvió frágil.
Sus manos, consumidas poco a poco
por un fuego infernal. En pocos meses
dejó de caminar. Yo le llevaba
con la silla de ruedas a encender
nuestra hoguera sincera en nuestra casa
de juventud prohibida. Pero mi pobre Joan
sólo podía mirarme, y nada más.
Un parpadeo, sí. Dos, no. Tres, te quiero.

Y cada día a su lado. Mis huesos prolongaron
los aluminios lentos que lo ataban,
y cada otoño había cien hojas menos.
Los vidrios de Sant Pau saben a noche
vedada a la esperanza. Cuando no pudo más,
cogidos de la mano cerré sus ojos tiernos
y vino la Mercè y le puso un poco de morfina,
ella tomó mi mano, en el amor
de la hija que no tuve.
Apagamos aquella pobre máquina
y cortamos los hilos de plata que separan
a las motoneuronas de volar.
Con su último suspiro silencioso
me pareció encontrar en sus labios mi nombre
y en su última caricia su mano me besó.

Y se marchó. Aún hoy doy gracias a Dios
por haber recorrido este camino.
Cada nueve de julio
subo con una flor y una promesa
a nuestro hogar futuro
labrado en piedra antigua y con vistas al mar,
después cojo el tranvía y vamos juntos
hasta el lugar de siempre. Por eso ahora
nos hemos cruzado, joven amigo.
No olvides el amor. No olvides nunca
amar a discreción, pues es lo único
que vas a recordar cuando se vaya
todo lo que has luchado.

Guardé tanto silencio que dolía.
La abracé, y fui bajando las escalas
de piedra habitada, y corrí a abrazarte
y a escribir una hoguera con tu cuerpo
como aquellos amantes,
para que alguna vez cuando no pueda hablar
te acuerdes de mis ojos
que te aman en la anartria de la noche
si algún día me marchara lentamente.

No perdamos más tiempo:
un día sin recorrerte con mis labios
es una hoja rota del calendario.
Un día la vida no nos dejará
seguir en el camino. Y partiremos
llenos de amor. Esa es la diferencia.
Y el amor que dejamos se transmite,
de algún modo acientífico, en el éter
que brilla entre nosotros
y seguirá en el mar
cuando seamos de mármol
y hayamos enterrado las cenizas
como te prometí, entrelazadas
y entre unas partituras.

No perdamos más tiempo.
Empieza por venir a descubrirme
entre los viejos túmulos,
y deja que mis manos hagan todo lo demás.
Los muertos bailarán para nosotros
y nos haremos una casa en Gràcia
para eludir la lluvia mientras beso
cada porción de piel que me regalas.
Cuando venga la señora del hacha
la abrazaré en silencio. Tus pestañas
bastan para curarme. Tu misterio de amor
será mi salvación cuando me ahogue
en el borde de un sueño de oleaje infinito
que llega al horizonte, y que levanta el vuelo
hasta dejar de verse. Y se despide
con él mi amor eterno.
Quizás alguna estrella parpadeará tres veces.
Los poetastros del próximo verano
dirán diez palabras sobre nosotros.

Y no me olvidarás.

Barcelona, 9 de julio de 2020

miércoles, 8 de julio de 2020

Feliz aquel

Carlos Ruiz Zafón in memoriam

No me conoces.
Es posible que puedas
pintarme en un vuelo de pestaña por el aire
pero sería inexacto. En esta dirección,
el vuelo de una mosca o de una hoja
sería más atrevido que mi tiento
callado, advenedizo, de encontrarte
a la altura del beso, en la cuestión
que tú y yo conocemos.

Describo, redundante en el silencio
de las sábanas dobles sin rozar
el calor de tu cuerpo,
las vueltas necesarias para hacer
de tu abrazo un vínculo hacia esta tierra
que no me necesita.
Yo soy por ti tan sólo, pero tú eres
porque tienes que ser, para que todos
los hombres de esta tierra sean indignos
de tu amar palpitante,
del giro descompuesto de la luz
cuando sonríes de lado
y tu pelo es un elegante prisma
de mis remordimientos.

No te conozco.
Contemplo unas palabras en silencio
robadas de los libros olvidados
allá entre unas piedras del camino
bajo la calle Balmes.
Tú estás en esta sombra de planeta
como la corza blanca
que juega a ser la reina de la Plaza Cataluña
aplastando palomas. Pero no sé quién eres,
y a veces me da igual, y otras renuncio
a llamar a la puerta del olvido
y ver a aquel que tiene lo que busco.
Sigues siendo una sombra,
reposo inusual en mi penumbra grotesca
de unos libros quemados, del fallido
proyecto de mí mismo,
de cada tarde igual, al desearte
cuando cierro la puerta, y este silencio
lo invade de repente
todo.

Allí, en nuestra zona confortable
donde nadie sospecha,
eres un vidrio claro y una cálida
canción de media tarde
que acaricia un mal día y lo transfigura.
Como un milagro líquido,
surjo detrás de ti para abrazarte
y me haces tan feliz.
Pero qué saben ellos. Y qué sabes
tú, si no puedes mirar si esta vela
crepita de misterio o de verdad,
si tengo sed de cuerpo o si no hay nada
por que debas temer.

No te voy a engañar:
la piedra de Montjuïc está sembrada de cobardes.
Si tiene que existir alguna vez
la noche de las noches
haré labrar un breve cenotafio
que diga lo siguiente: "Aquí yace ese amigo
que no supo decirte que, en sus noches,
soñaba con tus manos
y escuchaba tu voz para dormir
pensando en que existieras algún día."

Y cerraréis la tapa
y después de unos días recordarás
que tú encontraste el amor. Respira.
Tú encontraste el amor.

Feliz aquel
que puede ser amado por tus huesos
en cualesquiera noches.
Feliz aquel que vive
contigo cuando todo amanece
y te hace el desayuno y te susurra
lo guapa estás al despertarte.
Y al levantar los párpados
sabes perfectamente que es eterna
su sonrisa, es infinita su paciencia
y es verdad tu verdad.
El resto es humo
vacío de la memoria en mis palabras
que nutren una historia paralela
en la que quise estar,
pero yo sé que no me reconoces,
y continúa tu sueño
y prosigue mi ausencia.

Barcelona, 8 de julio de 2020

sábado, 4 de julio de 2020

Hacer trampas

a Joaquín Sabina

En el Paral·lel,
una mala tarde la tiene cualquiera.
Han cruzado el semáforo rojo
las mil y una noches:
en el teatro del vicio
los vinos persiguen la sal de tu falda;
no sé,
cada vez más aciago es el lance,
cada vez más tropieza mi voz
en el suelo feroz,
en el margen incierto de las soledades.

Mis bajas pasiones
ahora tienen las alas defectuosas.
Me recuerdo en amores tahúres
de piedra y desgaste,
de sombra sucinta de carne y reproches
con ojos de puerto hacia el fin de mis días.

¿Cómo voy
a escapar de esta rueda vacía,
de esta alcoba oscura
que reúne los restos mortales
de mis oraciones
a esta Venus triste,
sin brazos ni boca con que acariciar
a esta luna condal que ilumina la calle?

Habrá que hacer trampas,
me susurran las musas vestidas de mar
en mis cuentos antiguos.
Habrá que jugar,
una apuesta arriesgada en mi vieja esperanza
más allá del mar,
la verde ilusión de tenerte a mi lado.
Cuando en ese instante ya el mundo sea mío
voy a hacerte una lluvia discreta,
azul y desnuda por dentro y por fuera
a tu forma e imagen,
y besando la lluvia sabrás que me acerco,
bajando la calle
que va de mis nubes oscuras de agosto
a tu dulce sonrisa
o a ninguna parte.



No entiendo por qué
el olvido se trajo las cuentas
de mi última vez

pero, en caso de que
contra todo pronóstico existas
y me vengas a ver,
habrá que soñar
una noble retahíla de abrazos
con que suspirar.

Y arderán las tristezas
bajo los naranjos del puerto sin nombre,
y caerá nuestra lluvia en tus hombros de diosa
explorándote a palmos
con besos en prosa y palabras de brisa
queriéndote el mar en la proa de su canto
el vuelo intrigante en la falda que llevas

Pues sí,
habrá que hacer trampas,
si lo dicen mis musas vestidas de mar
de esos cuentos antiguos.
Habrá que jugar
esa apuesta arriesgada en mi vieja esperanza
más allá del mar,
esa verde ilusión de tenerte a mi lado.
Y cuando en ese instante (que dudo que exista,
pero hay que luchar) ya el mundo sea mío
voy a hacerte esa lluvia discreta,
azul y desnuda por dentro y por fuera
y por fuera por dentro
porque tú, que tienes de intelectual
lo que tienes de guapa
sabrás en mis ojos sinceros
que son para ti,
que lo digo y te quiero
e inclino mi hacienda de ruines palabras,
y besando la lluvia sabrás que me acerco
bajando la calle
que va de mis nubes oscuras de agosto
a tu dulce sonrisa

o a ninguna parte.

Barcelona, 4 de julio de 2020

jueves, 2 de julio de 2020

La dama roja

Su mitad silenciosa descartaba
cualquier tipo de amor.
Pero la otra, rayada de misterios,
era una invitación, sin fecha, a la esperanza
que vaga por las calles descubriendo
caricias en la sombra.

En mis ojos,
una cita en la esquina a la dreta de l'Eixample
con ruido de motor entre tus rizos
y un pizarrín de ofertas en la falda.
¿Te acuerdas de aquella casa estrecha
de azulejos pintados?
Aún recuerdo tu voz, con bizantina
arenga: Quatre-cents noranta-vuit
del carrer Mallorca, dos quarts de sis.

Te dejé allí una rosa
exactamente allí. Y tú, la estrella
que sigo a todas partes,
que tiene los colores de los vidrios de cien años
en la cripta del genio
y que sé que has robado de un fragmento de Sol
rojo y sincero.
Cuando nos hemos visto,
exhalo el vapor de orbitar nuevo
sobre los aledaños de tu cuerpo.
Luego se abre un semáforo
de cuentas de collar que llevas puesto
me enlazas y brillamos.
Y beso y amo y brindo tu frágil perihelio
a las musas del agua y a los dioses fenicios
para escribir espumas en la arena
que canten nuestros siglos.

Todo era tan bonito
y tan incierto.
Tú, dama roja,
que, lliure sota el temps providencial
de la meva discòrdia, vens ara a fer memòries
dels arbres destruïts pel teu silenci.

La tarde ahora está sucia de toldos y esteladas.
En el fondo del pozo
parece que unos muros me responden:
Tot anirà bé. Y cuando pases
de nuevo por la calle del olvido
cortando mi sonrisa transeúnte
te voy a despertar con la mirada
sucinta del tercer amor, que no es
ni tan siquiera el último,
que no es apenas cierto, sólo un mirlo
de paso en el verano,
que con un parpadeo se ha convertido en un espejo
de mis propias historias imposibles.

Todo era tan bonito
y tan incierto,
i tant.
¿Por dónde volverás, fuego del alma?


Barcelona, 2 de julio de 2020