lunes, 11 de febrero de 2019

Pasajera

 a Nadie,
por esta tarde luminosa

Sabrás por la presente que las musas
aprueban tus pestañas.
     (El músico cambiar de las palabras
                  altera la ternura del silencio.)

No, no lo intentes:
no tuerzas el gentil, perlado gesto,
esto no es un desafío.

Tu aurora es contemplar el mar, océano
que esconde una pupila inquieta como
rémora de canción,
tu sueño es el insomnio de quien traza
como el taquígrafo antiguo en el suelo
tres briznas amarillas de belleza.

Que azul puede llegar a ser el ruido
del Metro cuando esconde
el tímido mirar, certera lanza,
del viento de pureza que respiras
y que, ¡oh tú, diosa generosa!,
concedes en espíritu al que busca
de ti la eternidad en este lunes
cualquiera
que es muerte breve, efímera y tan cierta.

No sabes lo que miro
y, al pasar,
recorre una sonrisa en el invierno
tu calma, tus caderas
(las reglas de tu juego, heraldos de otra guerra),
tu pulcra gabardina que es desierto
por hoy
              para dejar abandonados
pesares ignorables,
anhelos tan volubles, tan agujas
que marcan, giran, sueñan los relojes
callados como espigas:
insólito, discreto, filiforme
manantial de sombra.

Otras locuras dictan
las formas, los colores,
las normas de la carne siempre inciertas,
y eres
dorada inflorescencia en este día
tan gris, tan como siempre.

Y rezo a un dios ausente
por tal vez encontrarte en otros versos,
en otras estaciones, cuando la primavera
encienda el carmín rojo entre tus hojas
que ya no son ausencia ni misterio.