miércoles, 11 de abril de 2012

Delirio de miércoles

Agobio. Sepultado en el montón de cenizas,
evoco tu perfume entre lóbulos y surcos.
Ayúdame a escapar
de esta monotonía hipocampal que me consume,
que se lleva mi vida por delante.

Se repite la historia.

                                  Me consumo buscando
una palabra sutil a mi inútil sinsentido,
un paraguas para protegerme del océano,
una razón para seguir luchando.

Tan solo en el encanto de las musas de otoño
encuentro la magia que me mantiene despierto.
Lo demás
          son memorias perdidas en la niebla,
ecos de fin de otoño que se tornaron sueños.

Contigo he renunciado
a los amores incorrectos de otras noches,
a la irónica inmadurez del tiempo;
tan fácil como pensar un poco y descubrirte,
tan sutil como mirarte a los ojos.

Tu voz,
que quiebra los relojes en susurros,
que inspira los temores y los versos,
que borra los fantasmas del pasado;
tu voz que es sueño, y más que sueño;
tu voz que es canto de vida y esperanza.

Eres la razón para seguir luchando, amor.
No obstante, amarte en el silencio
sin saber exactamente a donde no mirar
y esconder la vista de tus labios tan deseados
en la frágil soledad de nuestra fantasía
no es fácil para un poeta de jueves a las cuatro.

Y es que te miro
                            y el viento cede las palabras.

Entre tanto,
te busco en las paredes de mi cuarto,
en los juegos de sombras ideados por capricho
en el temblor de la luz que brilla en tus ojos,
en la brisa de las siete y diez de la mañana.

Así es el devenir de los poetas:
tu mínimo recuerdo alegró un poco estos tristes versos,
concediste a mis palabras la esperanza del regreso.

Mientras tanto,
la mirada perdida en los cristales del tren,
letargo de martes revolucionario en tu recuerdo.

Madrid
            se pierde en una sombra de taxis sin dueño.


En el tren, 11 de abril de 2012.
07:31 am