jueves, 15 de agosto de 2019

Y soñar...

 cualquiera tiempo pasado
fue mujer

Javier Krahe

Me mira mal el flexo,
no sé que me ve.
Lo veo un poco alicaído,
hay que ver
que hasta los flexos se mustian
de verme yacer
en el tálamo leve y antiguo
del anochecer

cuando al fin abandono mis gafas
en esa imbécil mesa de pared,
y la almohada antes eran abrazos,
y ahora hago ovillos de brazos
y muero en la ausencia de sed,

y leo una tragedia de Esquilo
que se ríe en mi cara,
cara de media tarde de inútil verano
que escribe con plumas
que arranca de cuajo
al Dios emplumado
(pobre ser, pobre dios)
para hacer un poema indecente,
para dibujar
tristes margaritas de arena
en un yermo solar...

La tristeza de amor es más vana
delante de un precipicio
que, en el fondo, es el fin de mi alcoba
y es más fea que Picio.
Unas fotos, quizá, frenesí innecesario,
y una canción
que, en sus sueños, confunde el querer
con el fin de la acción.

Ella dijo que era una sombra,
una palabra certera
que resuena en la cúspide en llamas
de mi romántica espera,

pero dijo también, no es por nada,
que era mejor, sin embargo,
despedir con palabras la noche
y con perlas de abrazo,
redimir nuestras penas en sal
y en un licor de café,
negociar nuestros restos ahora
en la distancia y la fe.
Que esperar, esperar y esperar
sobre el alambre era en vano:
hay que cerrar esa caja y tapar
recuerdos que deshojar
cuando seamos ancianos

y les digamos al mundo:
es que no ha podido ser,
mientras busco en tus ojos lejanos
restos del tiempo, carmín,
epitafios nostálgicos, sueños,
de amores sin rumbo.

Mas los Hermes de pluma, azahar
y esas cositas de plata
llevarán, sonarán mi cristal,
mi triste y negra sonata
más allá de la música astral
de los cafés silenciosos
donde brillan cigarros de amor
que se consumen, musgosos
como piedras de paso, tal vez
como cantos rodados,
como tardes de flores y patos
y ardores abandonados,

que la vida es muy vida y el viento
hace sonrisas del frío
y la vida resulta que al fin
tiene ese punto sombrío
donde nacen y crecen y mueren
las ilusiones de antaño,
y quién sabe ni dónde ni en quién
puedo volver al rebaño
de los poetas borrachos de amor
tan dignos de mi alabanza.
Que en las copas que se alzan y rompen
puede nacer la esperanza.

Y despierto de una bacanal
de anhelos sobre la mesa,
y ese flexo aún me mira mal.
Y la tarde se ha puesto algo espesa
de recuerdos, de arrabal
perdido de la memoria,
pero todo ha seguido en su sitio
y no cambiará nuestra historia.
(No sé yo si una tarde de agosto
volviéramos a empezar,
no sé yo, si otra tarde de agosto
le pusiéramos final.)

Que grande, que hermoso sería
pero es que no puede ser,
¡y te quiero y me quieres y nada
tendría que podernos vencer!,
mas las vida es tan vida, y es tanto
que nada puedo entender,
y está escrito en la noche que nada
debe volver a crecer.

Y es así como aferro mi almohada
una noche más
en la ausencia me sumo y recuerdo
por siempre jamás
cómo pudo haber sido soñar
y envejecer a tu lado,
mas la vida es tan vida que no
tuve que haberlo pensado.
Y la rueda se sigue de angustias
y lágrimas en la sien,
y después se me pasa y la ciencia
dice que todo va bien.
¡Mas la vida y la ciencia y la ciencia
y la vida a veces se tuercen,
y el recuerdo, el amor, la nostalgia
son las que vencen!
Hasta entonces soñar, no pensar,
dentro de lo que me deje
esta triste cabeza mía,
y soñarte, y volver a soñar,
y sin dejar que te alejes
hasta que acaben mis días.


Getafe, 15 de agosto de 2019

lunes, 12 de agosto de 2019

Perspectiva

Madrid tiene una tarde de palomas doradas
sobre el gris de su silencio.
Balcones, pólvora, salvas de metal refulgen
el prodigioso ardid.
La obra del masón en el altar del Hermes
la miran los borrachos desde el Prado
y no ven los laureles por ninguna parte.

¿De dónde habrán venido estas palomas?
Recorren su buscar atáxico
los viejos transeúntes
que danzan por dinero cuando el saxofonista se va
y se pone la gorra y los dineros lloran,
y cruza otra persona la ciudad
y le saludan las ramas caídas
y los niños patinando la persiguen
y todo es un amén y un hasta pronto
mientras los ascensores y el arte conceptual
y los chicles en el suelo
siguen contaminando
y el hombre-saxofón se arranca por la Piaf
y en tu silencio gris flota la tumba de una rosa.

La vaca en el tejado
con el cencerro murmura "Buenas tardes",
que no es poco.
Hay un chicle rojo en el suelo
que antes no estaba.

Y el mirar, picoteado
por las últimas lluvias de memoria,
por el butano de los cuervos.

Cuando se rompan los gallos y los vientos
y el océano se llene de torsos que no cesen,
quizá se apaguen todas las farolas,
y los rizos se vuelvan a escapar de un gorro,
y todo vuelva a ser.

Plaza de Juan Goytisolo, Madrid
12.08.2019

sábado, 10 de agosto de 2019

Los ojos negros

a Nadie, por otra tarde luminosa

Yo amé unos ojos negros en verano.
Yo amé unos ojos negros.

Su cuerpo era el fulgor para mi ausencia.
Yo amé unos ojos negros
como si estás en la tristeza y
la vela da color a la ginebra.
Yo amé unos ojos negros
como el cabello negro,
negro como el caballo negro, negro
intersectar del poeta y de su musa,
negro Romero de Torres, negro,
negro como el cuento que termina mal,
negro como tus ojos, niña,
niña, como mi corazón.

Yo amé unos ojos negros
como los que ama Federico
desde su tumba guitarra
bajo el laurel tan negro
de la Alhambra de Granada.
Yo amé unos ojos negros
de sombra, labio y sueño,
de invierno negro y luz
de medianoche negra:
yo amé tus ojos negros
en la sombra de unos trenes
donde la libertad concurre
con la sed de vidrio negro
y la negra intemperie.
Búscame tus ojos negros
y tus negras insistencias,
búscame una bella flor
del jardín de piedra negra
donde descansan tus ojos,
niña, tus ojos de piedra
viva como los peces
negra como el mal querer niña,
negra como el corazón.

Ábreme esos ojos negros,
que las manos escondidas
regalen en el reflejo
sobre la negra torre negra
del Madrid que gime y cierra
los horizontes perdidos
donde siembra la ausencia
y donde el campo encendido
descubre la primavera
cuando al cruzar tus pestañas
con mirarlas se consuela.

Los años pasan perdidos
sobre las negras traviesas
de guitarrones desnudos
cubiertos por negra piedra
Los clavos de Cristo ciegan
la perdición de la guerra
que en el amor y en tu cuerpo,
niña, todo se entierra.
Yo amé tus ojos negros
y me cerraste la suerte
durante los seis segundos
que me diste para verte.
Sobre tu piel y el insomnio
y el caballo y la muerte,
como las hojas muertas
sobre los negros balcones,
ante tus ojos se mueren,
niña, mis ilusiones.

Madrid, 10 de agosto de 2019

martes, 6 de agosto de 2019

Una gran historia

Cuando las estrellas no saben decir
adónde van las palabras,
por dónde cicatrizarán las heridas.
Cuando los trenes ya no pasan como antes,
cuando hay una sombra
donde antes murmuraba tu sonrisa
(sí, esa sonrisa que emigró
cuando más falta te hacía).

Cuando estás, pero no quieres,
cuando quieres, pero no puedes,
cuando puedes pero no sabes
sabes, porque no ríes,
lloras porque no está
y, cuando está,
reniegas, callas,
olvidas
y evades otra vez sus ojos
en el sabor inexpresivo
de un abrazo demasiado corto.

Creo que era un amor con demasiados parches,
era un beso besado en un abismo
predecible
(incluso demasiado predecible)
en la absoluta nada
que emana de tu cuerpo cuando escoges
dormir y no cantar,
soñar, devaluar la ausencia
y nos volvemos locos
poniendo naipes rotos en castillo por el aire.

Mis cosas, ya las sabes.
Los trenes pasarán como era antaño
transitando por senderos diferentes.
Cuando ahora cerraremos
la puerta que un día amamos
y que ahora son ladrillos en la sombra,
el próspero equinoccio seguirá
su curso como si nada haya pasado,
y el pájaro aquel, y aquel, y aquel
seguirán volando, siguiendo el mismo rumbo,
y el sol no será más grande o más pequeño
ni más oscuro o más invierno.

La vida es un relámpago en la nada.
Vive. No dejes de cantar. No desesperes
el sueño de la ciencia. Yo también
seré un hombre nuevo. No recuerdes
los endiablados truenos
que he hecho que sufrieras tantos años.
No recuerdes
sino el atardecer en un lugar
desconocido de Varsovia
que por supuesto no tiene cortinas,
los mástiles volubles de los barcos
en la bahía de Cádiz,
las tardes, las arrugas del sofá
que tanto nos conoce,
la pregunta número 531 del trivial
y su lugar exacto,
los patos en París
                         y las
cajitas de música
que ahora yo construyo en la memoria.

Porque es que era un amor con demasiados parches,
¡pero a veces,
sólo a veces gran amor,
qué gran historia...!

Y sólo a veces
hacerle un buen final
concede a nuestra vida por delante
algunas esperanzas
y una llave a tiempo.

Y después
será
como fue entonces
final de finales,
principio de principios.
Luz.
Por siempre.

Madrid, 4 de agosto de 2019