jueves, 28 de diciembre de 2017

La última luna

La otra noche
jugaba a pensar
que no estabas aquí,

es difícil,
tu piel tan cálida
hormiguea
susurros nocturnos
y al caer la lluvia
viniste a mí,

esa tarde
más bien
no había lluvia
y sí
un banco mojado

de lágrimas de otros que,
como nosotros,
también lo intentaron
y no
fue

jugar a ser Dios,
como tú,
Diosa del cielo,
que transforma este invierno voraz
volviendo flores
los bloques de hielo

yo, blandiendo una triste guitarra,
rasgo unas cuerdas
no más de dos o tres,
que más no me atrevo
y me hago un nudo,
un escudo
de sombra gris,
para así
cuando no estés conmigo
decirte que sí,

que tú eres mi mundo
y yo estoy en tu mundo
por ti,
por sonrisas ya antiguas
pero no marchitas,
que con pétalos de almendro
revivió la ceniza
una vez, y otra vez;

y podrán despertarnos de noche, a porrazos
contra la puerta del Sol,
que mi Luna descansa en mis brazos
para darme calor

Tenerife fue nuestro
lo creé para hacer
nuestro nido
y la arena nos llueve a montones
y te abrazo,
y el mundo es nuestro también
cuando te miro.

Qué me importa la lluvia,
preciosa,
si eres tan hermosa
cubierta de rocío
y tu pelo,
un inmenso océano
donde navegar
hasta quedarme dormido,
hasta que tú quieras...

Y despierto en la cama
en mi eterna agonía:
no estás,
y la lluvia
dentro de mí
se escapa también.
Tan mayor, y jugando a princesas:
esas, no volverán;
pero ella volverá un día
para no irse jamás.
Hasta entonces, tejo
y destejo
unos versos
que dan igual:
los oculto en mi escudo
de cuerdas
para no verlos más.

Y la noche que vuelvas a verme,
la última luna,
darás luz y cobijo a este pobre agujero
que yace en las tardes de invierno
en una cárcel de hogar
al que no pertenece.

Que el nido era nuestro,
qué duda cabe.

Que traeremos las ramas aquí.

Nunca se sabe.

Leganés, 28 de diciembre de 2017, 00:30




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