lunes, 12 de diciembre de 2011

Inseguridad

Hace frío.

En las noches de insomnio de diciembre
recuerdos como espinos
cristalizan lejos de la ciudad. Bruma y sueño,
mi perdición completa en el humo de las calles.

Sospechar de una aguja en el pajar,
de volver atrás, a los recuerdos desolados
que creí, iluso, barridos de mi vida,
no es solo sentir los vientos de antaño
agolpados contra las ventanas de mi casa,
es mucho mas que un teatro de luz negra
de libreto incierto y actores desesperados.

Tengo miedo
de volver a caerme contra las rocas.
Tengo miedo a la sombra del tiempo, a los fantasmas
que se pasean por mis recuerdos buscando cobijo
o alimento.
             Tengo miedo
de encontrar la respuesta equivocada,
¿quien no lo tiene acaso?

Dos nombres,
                cuatro vidas,
                                días inciertos,
y nuestra única llama encendida va pudriéndose
en el Madrid más frío y gris que vieron los tiempos.

Pero sobre todo
tengo miedo a la soledad del tiempo,
a levantar la vista y que no estés,
a derribar mi mundo establecido:
a perder
el brillo de tus dulces ojos en el camino.

A veces en mi soledad, anhelo
trasladarme a mis tiempos de límpida inocencia,
a aquella fantasía
donde amar era un juego de princesas.

Tempus fugit. Mi sórdido lamento
se lo llevado un grajo con la vista.

Esta es mi cuarta sonata de invierno,
tal vez la última:
los recuerdos que te aman
son también los que engañan
y asesinan,
y los sueños son sueños, nada más.

¿Vienes a soñar conmigo?

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