lunes, 30 de enero de 2012

Letargo

No me quedan palabras para sentirte otra vez:
pudiste besarme ayer,
no podrás besarme mañana.

Juan Ignacio López, "Sinceridad a quemarropa"



Despertar
de un largo sueño y darse cuenta de que no hay nada.
Recobrar el presente,
el impasible invierno
en la calle,
                   en mí,
                              en todo.

Me siento inútil, simple, pequeño,
                                                        tengo miedo
a que no haya nadie detras de mí
para vencer la gravedad de mi realidad,
el gris destino
al que me enfrenté sin retorno toda mi vida.

Nunca un poema, unas palabras, sirvieron
tanto de espejo del alma,
convergencia de realidades que se encontraron
en la calma de la noche.
                                       Jamás
al sueño de esta azabache tinta derramada
en la persistencia de la memoria creó un vacío
semejante al de esta noche.

A veces
no comprendo ni lo que escribo
ni lo que siento.
Mi cabeza da vueltas. Intento derivar
la mente hacia otra cosa
(recuerdos sacados de un cajón,
algún surco, alguna circunvolución,
qué sé yo, algún papel fuera de sitio),
pero es inútil:
tarde o temprano, el corazón se hiela
(contra mi voluntad, es evidente)
y me atropellan las sombras de los viejos tiempos.

Ya no me importan ni los versos, ni la métrica, ni nada;
encadenado a endecasílabos sólo se escriben mentiras.

Aún recuerdo aquellas noches de noviembre
en las que la luna me inspiraba canciones de amor en la ventana.
Echo de menos una caricia a tiempo,
unos labios de buenas noches.

Aún sibilan los fantasmas en mi casa,
en mi cráneo.
                      Hay palabras
que no se olvidan ni prendiendo fuego
a los recuerdos que las generaron.

En las frías noches de enero intento convencerme
de que todo es una farsa de guiñoles,
de que el amor verdadero dura quince meses.
Sé que es mentira, pero sólo así puedo dormir,
desengañado del mundo y de todos.

Enamorado del amor,
me dicen las paredes de mi cuarto,
me susurra el viento y me grita el silencio.
Tienen razón, ¿acaso quiero engañarme en esto?
Reniego de Bécquer (¡valiente idiota!)
y en el fondo soy exactamente igual que él.


Ahora mismo,
en mi integridad dudosa de madrugada remota,
nada está claro en mi cabeza.
Sólo quiero soñar, dejar que pase todo esto,
vivir sin pensar en qué me ocurrirá mañana;
disfrutar las sorpresas
que la vida brinda en forma de oportunidades.

Ya me da igual todo. Sólo me quedan
los abrazos de cada lunes por la mañana,
las partidas de mus, los instantes de placer,
la neuroanatomía
y el recuerdo fugaz de que amé una vez y quiero
volver a hacerlo hasta el fin de mis días.

No sé quién eres,
no te conozco
(y por lo pronto, la verdad, tampoco me importa),
pero te amo con locura.
Lo he hecho siempre
y así será por los siglos de los siglos.
Hasta que te encuentre
será la bruma,
la oscuridad eterna, tan odiada.
Es el incierto destino de un poeta enamorado
de algo desconocido.

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