domingo, 3 de mayo de 2020

Ludus

Voy a contarte un cuento
de los que acaban con el libro
tirado por el suelo con tu ropa.


Había una vez un bosque y una casa
y una joven experta. No era rubia,
y en su mirada verde
cabía un raudal de fuego
y un viento de sonrisas.
Se llamaba... Qué importa. Ya se marcha.
O no. Tal vez sobre la cama
ha escrito una promesa,
me pide, en su silencio, que me quede.
Me besa, o yo la beso, o nos besamos
y etcéteras diversos a las puertas
de mi (de nuestro) cuarto.
Del bosque hasta su cama, solamente
un par de fotogramas. (Los sueños en fast-forward
son los más poderosos).

Recuerdo tu camisa. (El resto de
la ropa son detalles despreciables.)
Como una diosa blanca
brillaba cada piel desnuda y frágil
cada vez que te ríes en un abrazo.
Ya ciernen las paredes tu geometría impecable:
has besado un Picasso; yo, un Matisse,
y rompo el bastidor
con el trazo tan físico, inclemente
de tu mano en la mía,
e invocamos el juego
antiguo de las palabras silenciosas,
misterioso arrebato sin clemencia.

No te recuerdo ingenua sino altiva.
Y, cuando nos mirábamos, jugábamos
a silenciar con besos los recuerdos.
No habrá más hoy que aquí: sólo en tu cuerpo
se podrá deducir que, en esta noche,
soñar será verdad por tu misterio.

Despertaba después entre tus brazos
en la cama desecha. Recuerdo los olores
a flores condensadas, a canela
y a eso inexplicable a lo que huele
cada mujer amada después de la batalla.
Recuerdo que entró alguien. (No me pidas
más datos. Que ya no es tan divertido.)
Cerré los ojos mientras tú, cercana,
vivías para contarte.

Y luego desperté.
                             Esta vez sí.
                                                 Y no hubo nada.

Leganés, 3 de mayo de 2020,
01:39

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