viernes, 18 de septiembre de 2020

Maldito

Tú eres la fruta y eres el hechizo,
eres la esperanza y la maldición,
eres un cuenco roto de alegrías.
Eres un beso en verso, ametrallado
por la tácita inercia del amargo
presente, caprichoso y rotundo,
que vierto cada día sobre el umbral
de rosas machacadas de mi cuerpo
mientras pasan los años y las nubes
en mis labios sombríos, casi inmorales. 

¿Qué más puedo pedir, sino que bajes
la vista para contemplar mi suerte,
y llorarla como si fuera tuya?
¿Qué más puedo pedir, si en cada noche
pervives como un trueno en mi deshonra
dibujando horizontes de sucesos
donde el amor destruido y los vapores
funestos de terribles egregores
se cruzan en el gran sotuer de sable
sobre el que ahora, insomne, me desangro? 

Sí. Voy a morir solo.
Nadie es tan ignorante como para perder
una rosa feliz en el camino
mientras se cree invencible, como el mejor autor
de imbéciles canciones de palacio.
Pregunta por mis labios en la morgue.
Una pala de tierra mojada por efluvios
de cal sobre amargura me corona.
Aquí quedan retales podridos de palabras
y spleen y amor cortés y retahílas de lágrimas
con fecha y hora, nombre y apellidos
que puedes ordenar para entender
la lógica viciosa del fracaso
del que busca el amor en el final del cuento
como si siempre fueran quince años
y da con una escollo cada día,
y cierra el libro, y no ha entendido nada.

Cuando regresen las palabras como antes,
las manos que se encuentran en la hierba,
la verdad pronunciada y las sonrisas sinceras;
ese será el momento. 

Cuando cada mujer y cada hombre
elijan al azar un aforismo de Borges
o una rima de Bécquer,
cuando decir te quiero esté bien visto
y no haya que ocultarse y mendigar
pepitas de comprensión entre desconocidos,
ese será el momento. 

Cuando sepas amarme, comprenderme
tan sólo, despertarme por las noches
con un milagro-beso;
cuando el mundo se mueva por caricias
y el mundo no gravite alrededor de unas fotos.
Ese será el momento. 

Medito en un incómodo silencio
que voy a morir solo. Reflexiono
en el tambor inquieto del revólver
jugando con mis dedos.
(¡En esta habitación hay tantas formas de morir...!)
Es sencillo:
un pequeño estallido para fundir a negro.
Sosiego en el metal. Noche callada
y un páramo nublado de lamentos
caen desde la ventana.
Un tránsito inconexo de gotas de tormenta
y de latigazos incorpóreos de la vida
se reúnen en pentágono, delatándome
mientras miro la nada nebulosa
negando con el alma.

Porque no entiendo nada,
si la vida es un texto misterioso
que recorrer armado de entusiasmo,
si cada ser humano muere un poco cada día
por qué sólo unos pocos
en nómina tenemos una cruz de silencio,
por qué tenemos siempre que fingir
que el mundo gira igual para nosotros,
que no sentimos los arañazos de la escarcha.
Vuestro mundo es mentira.
No hay sonrisas verdaderas surmontadas sobre el todo
y el ruido de la carne dolorosa
tendrá que describirte cuando estés siendo humano.
Tu lucha es la de todos:
igual que en las victorias, unas salvas
que iluminen tu rostro sufriente desde el lecho
pajizo y pisoteado del campo ensangrentado.

Y no hay una derrota
que rompa tanto el verbo o la memoria
que la del verso huérfano.
Y en esta soledad voy retirándome
a mi lento patíbulo
en un lugar recóndito, funesto,
donde seguir guardando
memoria convencida de otras noches
que deben regresar, pero se esfuman;
que deben existir, pero no quieren.
 

Leganés, 18 de septiembre de 2020



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