viernes, 1 de febrero de 2013

Luchadora

Para ti, (...) qué puedo
decir, ni qué quieres que escriba
a la puerta de estos versos?
(...)
A los amigos,
compañeros de viaje
(...) dedico también un recuerdo

Jaime Gil de Biedma



Los poetas
suelen comenzar sus versos
con vocablos extraídos de otros mundos paralelos,
que se escapan de las manos del lector
que atisba su mirada a otro universo;
vamos, que no se entienden.

Hoy quiero
hacer esto un poco diferente,
bajar la luz, mirarte débil, trémulo,
con lo que me queda de fuerza
tras la cruel extenuación de la semana
y que,
con el más profundo corazón inmerso
en estas líneas, se entienda
todo estupendamente.
 
Y escribo
con la mirada al encuentro de la tuya
allá lejos, y en este intento
primitivo de vencer las distancias
(que gustoso rompería si me fuera concedido tal honor),
me aproximo a esta pantalla en la que asoman
mis palabras para hacer memoria, y evocar
los designios de un recuerdo
impasible a la amenaza de los tiempos
y al veneno de los cursos.



Apareciste entre nosotros
como se aparecen las hadas en la bruma.

Y seguimos la luz.
Ávidos de tus miradas,
nos regalaste su primera sonrisa,
y después, la segunda, la tercera,
                                                                      ... infinitas.

Pasaron los meses,
mas no por tus ojos, gentil doncella
de felicidad impasible al cobijo de las clases. 

Y superamos juntos el devenir de los hechos
las idas y venidas del acontecer de la universidad,
una vida plena, de origen a inserción,
tantos recuerdos...

Pasaron las estaciones.


Para mi desgracia,
excede a la voluntad de estos versos
escapar, pájaro errante, de la estética
fatua de recuerdos y profanadas tristezas.
Por mucho que lo intente, estas palabras
no saben mirarte a los ojos,
quedan pequeñas, yermas, al vasto
sentimiento que entre mis lágrimas conmueven,
pero se advierten moralmente necesarias.



Y ahora,
tiempo estático en el colapso
del reloj de arena sediento de recuerdos,
es tiempo de volver a esos ojos tristes
que nos dieron la vida
y recordar
la venturosa alegría engendrada
en otros tiempos, tiempos enamorados
a los que todos ansiamos volver,
y así, entonces,
vuelvo a encontrar tus ojos
y elevo al gélido viento de enero
mi alma entera cobijada
por la fuerza incorruptible del cariño.

Y,
cuando parezcan lejos
los recuerdos que un día dieron forma al Paraíso,
acuérdate de lo que fuimos,
reclama tu férreo devenir, anhela, siente,
sueña, BRILLA como la que más, ama
y revela como en otros tiempos
el inmaculado secreto de la felicidad,
busca, encuentra, nada es imposible,
NADA
para el inquebrantable espíritu
que una vez nos visitó,
que nos mantiene vivos,
y que ahora y siempre nos recuerda
que el tiempo pasa
y nos quedamos
con las nostalgias fijas en su empeño
y con el alma fija en lo que amamos.

Y evocando el último cantar de un viejo poeta,
creo en ti. Amparado
por la penumbra de esta noche
que se nos va, que nos acerca
muy poco a poco,
dirijo mi última mirada a estas palabras
y con todo el cariño que este invierno extenuante me deja darte
sólo anhelo recordar
que los túneles no existen,
que viviremos para contemplar el retorno de los brujos
(pero de los brujos africanos, no de unos brujos
cualesquiera), y sobre todo,
recuerda
que hasta en la mayor noche de las noches
siempre está la certera luz de la esperanza.


Leganés, 31 de enero de 2013

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