viernes, 21 de junio de 2013

Le tombeau de Beethoven

Mediodía en la ciudad
(es decir, sobre las seis de la mañana,
hora española).
                          Diremos —aproximadamente—
que habrá unas seiscientas veinticinco personas humanas en Kärtnerstrasse,
una sombra y siete
ausencias,
improvisados peregrinos
en busca del saber y de la música
detrás de los Templarios y los Austrias
y del último souvenir de la princesita.

Para llegar hasta el sepulcro del maestro
es preciso andar mucho,
girar a la derecha en la penúltima cruz,
cerrar los ojos un momento
para escuchar a Schiller
y abrazar la piedra con la música.

Sí. Aquí yace el viejo Ludwig
en su túmulo gris y decadente
rodeado de flores secas y aromas a tierra
llenos de muerte,
polvo y humilación sin entredichos.

Aquí
se despidieron las sombras,
el agua y el alcohol de unos ojos tristes
y lejanos
que lloran dignidad y fundamento.

Aquí
se puso de acuerdo un diez por ciento de la población de esta fría ciudad
no sin antes permitir la deshonra,
el olvido, la traición sin argumentos,
el triunfo de la idiocia,
el mar recuerdo que traspasó los años.

Aquí
lleva doscientos años esta maldita lápida
en la que nunca hay nada escrito,
tan sólo un frémito,
ni siquiera música,
mastaba sorda únicamente acompañada
del sol azul que luce sobre los negros arcos
y los corindones del tranvía
que va desde la catedral hasta la muerte.

Y yo, paladín del silencio,
deposito un ramo etéreo bajo el aire viciado
de ajenjo y piedra muerta
sobre la tierra fría que ensordece
la profunda mirada de la angustia,
y lloro una soledad que es tuya y mía,
y miro con ojos quejumbrosos al abismo.

Viena, 21 de junio de 2013
(terminado el 26 de diciembre de 2015)

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