viernes, 14 de junio de 2013

Noches tristes


«¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso.»

José de Cadalso, Las noches lúgubres



Si me quedara
una sola gota de poesía en los labios tristes
cuarteados por el paso del invierno,
te enseñaría
un reino de tiempos incorruptos
un albor evocado inquieto
deseado
florido.

Si me quedaran palabras
en el recuerdo de la
transitoria pero mortal
infamia,
te llevaría, nueva,
recreada, hacia caminos de luz,
hacia los ojos del desierto
tus ojos.

Si me quedaran hojas
en el cuaderno compungido de esta vida
que pasa fortuita y miserable
entre cristales de incomprensión
y sombras de castigo,
te enseñaría las páginas que otros poetas escribieron
la mañana de martes después de la masacre.
 
Quisiera enseñarte
la vida más allá de estas palabras,
los soles más adentro del misterio
después de los abismos.

Nos veremos
en la angustia consternada,
traspasada la tormenta,
donde habitan las nubes
de incienso,
donde vive una trémula sonrisa
que se dejó alguien en las eras primigenias
del sueño de libertad, de la canción liberada.

Los sueños
son eso que se escapa
sórdidamente entre los truenos de febrero
y
vuelven ahora
recordando las últimas tristezas
que miraron al cruel, indómito pretérito,
desafiando con eterno retorno
el aire confiado al reposo del aliento.

Mas
si no quedaran
palabras
tristes
           para
seguir,
la incógnita del verso seguiría su camino
sin miradas escocesas revertidas,
pervertidas
por la aurora triste que emana de las aspas
del baúl sin dueño de la muerte
en las persianas venecianas.

No sé lo que he dicho, pero (creo
que iba diciendo)
                        que
si no quedaran palabras
tristes
para seguir sufriendo,
quizás fuera algo conveniente mirar atrás,
pero más atrás, más aún,
donde la epopeya de la virtud constelada en suburbios de poesía
nos recuerda el último hálito de luz nacarada en el invierno no tan impertinente
que sueña los lazos de reencuentro fortuitos en las noches de Madrid
acogidas al calor de los espíritus indolentes del pretérito perfecto
compuesto,
auxiliar,
predicado,
conjuntivo,
yuxtapuesto,
que concedió en sórdido y aliterado epitafio
el reino de los cielos
que mereces, mi amor incoercible,
mi última invitación a la esperanza.

Te espero
entre las hojas incesantes
de las sábanas de azur y fantasía
cotejadas
con la mirada alumbrada, virtual,
de tu presencia,
última llama en el delirio de la medianoche.
Y exclamo en silencio
tu nombre al cielo que se esconde
bajo el techo de ladrillo.
Evocada palabra.
Son dos lágrimas, desaire
y fatalidad. Duermo
incoherente,
desconfiado,
yermo,
y dicen:
               "Las mataremos a sueños",
pero incrédulo
abro los ojos
y no hay nada.
Parasomnia.

Tan sólo
una última palabra que se escapa
impulsivamente de unos labios de poeta mal avenido,
y
   es
que, cuando todas las noches te den la espalda,
infortunio desolado del presente atroz y vulnerable,
cuando no tengas ganas de mirar atrás ni adelante,
sólo mortal y paralítica, en deshonra y paroxismo construida,
cuando nada queda y todo pasa
ven conmigo,
pues aquí te esperaré
cada noche
para romper, duelo a espada, sin complejos los fantasmas
que repudian la onírica presencia,
con la única evocación de tu recuerdo
podemos mover el viento,
devolver la vida a los recuerdos favorables,
volver al siempre amado prólogo
y capítulo primero,
añorados,
como los buenos sueños,
pues perduran en la eternidad adelantada
de la épica grandeza del recuerdo
cuando te miro
y el sueño de primavera retorna a sus estancias.

Leganés (Madrid), 14 de junio de 2013
02:26

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