viernes, 25 de diciembre de 2015

Almendros

Aún recuerdo la corteza triste y blanca
cobijando la canción de unos amantes.

Nos trajeron briznas púrpuras de noche,
nuestro techo y luz de pluma por el día.
Aprendimos a crecer en vuestro suelo
y empezamos a soñar con las miradas
que entretejen los destinos de noviembre.

¡Cuán ligeros nos mirábais, cuán ufanos
entonábais las desdichas de este tiempo!

Y al final de las tinieblas, un escorzo
ya olvidado de palabras sin destino,
blanco espejo de milagro conjurado,
despertáis tras el letargo del invierno
y regaláis, entre sonrisas, la esperanza de encontrarnos
otra vez sobre la hierba de aquel año,
de que vuelen por nosotros las palabras más hermosas,
de que emerja sin dudar la perfección de tu sonrisa.

He vuelto aquí,
a un fondo conmovido, anquilosado en la memoria
de los que ya no existen.
Ya acabó de amanecer. En la caverna no hay silencio.
Persiste, ajena, la mirada de los pétalos de hierro;
vuelen ya nuestros despojos de imprenta inverosímil,
dejen ya nuestras miserias salir y no volver.
Florecen los recuerdos,
baluarte de piedra pensada y hierba malherida,
plan de tránsito,
recuerdo inquebrantable del deshojar de los almendros,
un místico susurro el canto triste de los mirlos,
un cuerpo de memoria para los días de viento.

La luz apenas mece unos centímetros el polvo del camino.
Aquí somos eternos. Nos miraban bajo aquellas plantas secas,
esas tardes de verano que acababan los exámenes.

Y, en tanto aquellos mirlos fueran otros,
me aferro a una canción de media tarde en el Retiro,
allá donde se gestan las miradas,
allá donde, si sueñas, todo ocurre.

Cubrámonos del viento que nos pertenece.
Dejemos que el mundo gravite por nosotros.

Universidad Complutense de Madrid 
30 de noviembre de 2015, circa 17:00

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