martes, 10 de abril de 2018

Guardia

dedicado a los nuevos residentes del Hospital de Alcorcón

Para escribir una guardia
hay que mirar los relojes
cambiantes como palabras,
hay que gustar el silencio
de las ruedas de miradas,
la percusión infinita
de la brisa lenta, trágica
del pasar de los enfermos,
del temblor de los pijamas.

Entre bosques de goteros,
su soledad no descansa
los estertores de acero
del viejo espejo de nácar.
Los dibujos de los nietos
pueblan paredes que aferran
como aliento los enfermos,
como flores las guadañas.
Puertas que corren, que cortan
las cenizas enredadas
de los fénix de la Urgencia
que tal vez no resuciten
y sean sólo eso: ceniza,
frío donde habitó el verano,
hierática, negra efigie
despoblada de verdad,
sólo un egregor exangüe...

En realidad,
para escribir una guardia
tienes que ver morir
a tus amigos de niño
postrados en una cama.
En esas noches del alma
caerán, acribillados, tus felices
recuerdos de otro tiempo
en que tu vocación,
tu pasión desde la infancia,
era jugar a los médicos
con un fonendo de plástico,
con bisturís recortables
y el maletín del abuelo.
Esto ya no es un juego:
ejercer la Medicina
es doblar la espalda a diario
mirando con dulzura,
tragarte tu arrogancia,
tu puesto MIR, tu expediente.

Porque
verás, ese moribundo
que desfallece en la silla,
eso, es un ser humano,
y tú, hijo, su última esperanza.

Amigo,
viniste prevenido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario