sábado, 10 de agosto de 2019

Los ojos negros

a Nadie, por otra tarde luminosa

Yo amé unos ojos negros en verano.
Yo amé unos ojos negros.

Su cuerpo era el fulgor para mi ausencia.
Yo amé unos ojos negros
como si estás en la tristeza y
la vela da color a la ginebra.
Yo amé unos ojos negros
como el cabello negro,
negro como el caballo negro, negro
intersectar del poeta y de su musa,
negro Romero de Torres, negro,
negro como el cuento que termina mal,
negro como tus ojos, niña,
niña, como mi corazón.

Yo amé unos ojos negros
como los que ama Federico
desde su tumba guitarra
bajo el laurel tan negro
de la Alhambra de Granada.
Yo amé unos ojos negros
de sombra, labio y sueño,
de invierno negro y luz
de medianoche negra:
yo amé tus ojos negros
en la sombra de unos trenes
donde la libertad concurre
con la sed de vidrio negro
y la negra intemperie.
Búscame tus ojos negros
y tus negras insistencias,
búscame una bella flor
del jardín de piedra negra
donde descansan tus ojos,
niña, tus ojos de piedra
viva como los peces
negra como el mal querer niña,
negra como el corazón.

Ábreme esos ojos negros,
que las manos escondidas
regalen en el reflejo
sobre la negra torre negra
del Madrid que gime y cierra
los horizontes perdidos
donde siembra la ausencia
y donde el campo encendido
descubre la primavera
cuando al cruzar tus pestañas
con mirarlas se consuela.

Los años pasan perdidos
sobre las negras traviesas
de guitarrones desnudos
cubiertos por negra piedra
Los clavos de Cristo ciegan
la perdición de la guerra
que en el amor y en tu cuerpo,
niña, todo se entierra.
Yo amé tus ojos negros
y me cerraste la suerte
durante los seis segundos
que me diste para verte.
Sobre tu piel y el insomnio
y el caballo y la muerte,
como las hojas muertas
sobre los negros balcones,
ante tus ojos se mueren,
niña, mis ilusiones.

Madrid, 10 de agosto de 2019

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