sábado, 26 de octubre de 2019

Pescador de perlas

El niño recogió la dulce llama,
y divisó los pasos
que aquel amor sembraba por la arena.
Con su canción rosada
las viejas albuferas adquirieron
una música de tránsito.

Su corazón de alambre
sólo ha sabido amar sin ser amado.
Abraza, ¡ah, pescador de perlas rotas!,
la tímida silueta de su canto,
dorado y lánguido recuerdo.
Quizás halles sonrisa
donde hace algunos años era escarcha.
O tal vez otra ausencia
más.
Eres un ser de fuego.
                                      (Amargo juego
de aleves parpadeos.)
La tinta corre en vano: es el destino
del hombre perforado por la Nada.

El niño regresaba
con un puñal de inviernos en los ojos.
Los pájaros y las
caricias de las verdes albuferas
son su único refugio.

Quizás nunca se aprende a ser amado,
aprenderá a pensar
mientras la noche cierra
recónditas recámaras
para posar la voz,
ni a amar cada centímetro de yermo
hasta agotar la pólvora.

Algunas tardes
regreso a los confines de la playa
buscando algunas flores en la piedra
y el prisma de los tiempos.

Y ahora

me anhelas transportarme a la poesía
del tiempo sin placer,
tiempo de la midriasis misteriosa
que no quiero evitar;
y, blanco sobre negro, en cada guardia
recuerdo que un día hubo un pobre niño,
un pescador de perlas
caminando descalzo por la hierba
para sentir la lluvia.

Y ahora es el teléfono una nueva
ventana de socorro.
Tu voz, serena y dulce, reconforta
los horizontes perdidos;
tu paz salva el insomnio de los timbres,
y una caricia tímida a veces
me salvará la vida.

Yo sé que no lo sabes, pero yo
sigo buscando flores en la arena.
¿Será este dulce aroma de nuestra madrugada
que encerrará la luz con que subsisto?
Yo sé que no lo sé, pero te busco
y te amo, y no lo entiendo.

El niño sólo sabe amar sin ser amado,
y buscará su suerte
allá donde la vida se la esconda.



Estación de Tribunal (Madrid),
26 de octubre de 2019, 18:15

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