martes, 7 de enero de 2020

Fugit

¡Qué inútil tránsito del alma!
¡Qué lejos yace el oasis del tiempo!
¿Quién soy ahora? ¿Qué ha quedado
de aquel niño curioso?
¿Qué ha sido de aquel adolescente
que se sentaba en esos trenes
y escribía esos poemas
hermosamente mediocres?
¿Donde están todas ellas,
vosotras, las que me rechazásteis
cuando más sólo me tenía?
¡La sed de tiempo! Las lágrimas
descuelgan sus filos en la piel
arrugada y antigua.
La piel que tú mirabas, y era tuya.
Pero una mujer no besa
dos veces una misma piel,
ni yo sueño dos veces con tu pelo
sin que el viento lo invente de otras formas.

Ya no somos los mismos. Ya somos, sólo, espectros
apenas, retratos polvorientos de unos mismos
que no van a volver:
sólo caminarán un poco más en la espesura.
Y pronto moriremos,
antes de comprender para que estamos
en este mundo absurdo
donde cada pisada es una gran roca de noche
que nos va lapidando lentamente
mientras pasa la vida, el tiempo, la vejez
y todo es similar, mas nunca indemne,
y todo es un gran lienzo que se pudre
y mordisquean las ratas.

No importa lo que anheles. Todo es vano.
Naturalezas muertas con bata blanca
e ideales, eso es sin más lo que seremos,
fantoches en la blanca desazón de los humanos
hasta que ella sea nuestra
y al otro lado estemos, postrados como perros:
peripatéticos difuntos
que sólo saben suspirar de frío 
hasta que se nos segue la cabeza.
Fundido a negro.
(¿Y para qué, entonces, vivir?)

¿Soñar? ¿Con quién? (¿Existes?)
¿Quién me dará sentido antes del fin?
¿Quién dotará de esencias mi gris alma?

Silencio.
El amor no te va a salvar. Silencio.
No hay otra solución. Sólo hay silencio
y muerte. Y el ruido
que hace el tiempo
arrastrando los pies sobre la arena del circo
antes de que mi sangre toque el suelo.

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