viernes, 17 de enero de 2020

Sol del invierno

Mediodía en cristal, gélido, ubicuo.
El sol nos ha llamado. Desde el coche
respondo con Ray Charles. Voy a abrazar el aire
que por la ventanilla atestigua
que vivo porque soy y porque amo,
no porque tejo anárquico
algunas palabrejas en un libro
que es manantial de nadas
indisolublemente evocadoras.

Visito por la tarde
un centro comercial agonizante
donde una ninfa de coral, traje y chaqueta
esnifa margaritas y deshoja
las páginas de un libro sin palabras.
Sonreïrá, discreta,
porque es su obligación: a fin de cuentas,
quizás ya no le importe demasiado
fijarse en esos hombres que en silencio la rondan.
Creo que se llama Blanca, mas lo ignoro.
A mí me ha sonreído. Me has salvado.

Y si después de todo, heroicamente
eres capaz de hacer la vuelta a casa,

sé práctico
y abraza a esa mujer con la que sueñas
despierto en el despacho.
Concédele un vistazo detallado
del clarear celeste de sus ojos,
y dile lo que sueñas por vivirla cada día.
Y con el alma tenaz y elocuente
de tantos despertares solitarios,
murmúrale al oído
sólo lo estrictamente necesario
(y estando permitido algún mordisco)
Despliega tus encantos grafestésicos
sobre el fuste templado y manierista:
se va a acordar de ti toda la noche.
No cedas, no respires: no debe terminarse
la danza de los velos invisibles.
Sé que podrás hacerlo. Lo sé, porque he vivido.
Lo sé, porque es mundano y es eterno.
Y ahora te digo a ti,
porque en la perspectiva de tu boca
hay un contorno íntimo que anhela el deseo
de lo que igual ya sabes: esa historia
que admiraría contar.
Pero no pienso malgastar un parpadeo,
ni voy a respirar si no es en ti, por ti, contigo
mientras resbala el logos de tu lengua a la mía,
mientras me encuentra el agua de rocío,
y se tempesta el eléctrico preámbulo
que desemboca en las manos
que prueban tu arte inmenso como los alfareros
y a veces con la boca.

El agua de rocío...

                              Y viceversa a veces
el avance voluble y vivaracho,
de esa mitad que tienes tan sospechosamente ardiente
que debo conocer, que necesito,
que esgrimo en cada trazo,
en cada ayer, en cada ya no estás.

Y seremos un cuerpo fenestrado
de luz sensual, dorada
como el extremo oblicuo de tu pelo
donde gira el espectro
y todos los colores son tus besos.

Tan sólo en este sol evocaremos
lo que uno tiene y no, lo que se sueña
y se canta y se calla
y se mira y se ve y se desconoce.
Tan sólo en este sol —que ahora es tan nuestro
como el final del ser que será, unidos
de algún modo informal, final certero
de cuerpos indomables
cuando los minutos tiemblen en paz
y toda nuestra vida se resuma en tu almohada.


Leganés, 17 de enero de 2020

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