sábado, 7 de marzo de 2020

Lo que no arde

Cafés abarrotados de mendigos.
El ruido perverso de las monedas
al caer sobre la barra. En el sombrero
vive el virus letal de su palabra.
El vuelo en las bufandas augura el mal invierno.
Hay latas y despojos humanos por el suelo.
Después de un largo trago,
el hombre del periódico fue a quitarse las gafas
para escapar del mundo por la puerta de atrás.
Podría encender la pipa, suspirar
o romper una copa, y suicidarse.
Pensó en las largas tardes de trabajo
y en todas las mujeres de su vida.
Pensaba en el recuerdo que no deja.
Pensaba en la Anábasis y en la
peluca de Albert Einstein.
Pensaba en varias formas de esculpir
pajaritas de sombra de papel
para invertir sus últimos minutos.
Pensaba en el aspecto que tendría el amor
cuando pasan los pájaros
y echan sal en la amígdala tristísima,
en cada anochecer bajo este palio
imbuido por la nada.

Nadie debe salvar lo que no arde.
Así que abrió el tabaco y meditó un instante
si levantar la voz o prender fuego
a todo lo que amaba.
Hizo lo que hace un hombre. Y escribió
en el margen izquierdo del diario:
"Volveremos a vernos". Hizo un palio
de sillas y maderos. Respiró.
Sería la última vez. Una cerilla
y un segundo. Chasquidos. En silencio
la tarde con sus restos de carmín 
pernoctará en las alas grises de la estancia,
y el humo rojo asciende
y los ventiladores siegan sangres.
Los zumbidos hirientes
ingenian esos huesos que sostienen la pluma.
Ya todo ha terminado. Y, aunque el conjuro
lo implore, comicial y esperanzado,
no volverán a verse nunca más.
Tal vez alguien escriba con el polvo de la hoguera
y nuestra maldición sea mitigada por el canto
y por la noche oscura y el abrazo.

No.
Nadie debe salvar lo que no arde.

Auditorio Nacional de Música (Madrid)
7 de marzo de 2020, 18:33

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