He visto detenerse el tiempo. Incluso
la luz pendular, tibia, en la bombilla,
creyéndose inmortal, fingió ocultarse
detrás de la pared. Todo está nada. Es
un pentagrama blanco de repente
y un reloj pálido. Cristalizado el mar,
arpegiados tus dedos en el denso
espacio del agua, saldrás de mí,
mujer de luna blanca, esbelta, amarga
cuando tus sílabas inciertas reduzcan
mis palabras a una gota de nieve.
Pero dará su fruto. En esta casa,
que tiene estancias –como tú– curvilíneas
y de verano trémulo, revelaremos
la materia de sal, de pasiones abiertas
sobre la diagonal roja del cielo
pintada por tu cuerpo. Duelo tenaz.
Hay sudor y estocadas en tu cama.
No han de durar por siempre. No. Entonces,
estoicamente tuyo, y casi piedra
después de mi arrebato, retrocedo.
Tu penumbra de amor se deshilacha
como tela de lágrima. Parpadeas
para darme la vista. Y todo acaba,
un poco más o menos como siempre,
fumando en tu ventana.
Barcelona, 8 de agosto de 2020
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