miércoles, 26 de agosto de 2020

Marina

Como el primer verano que imaginabas,
de un brazo de mar vino el primer abrazo.
Eras morena, trémula como un barco,
suave y templada como una gran historia,
como el final de un verso.
                                           Fue en estas copas
donde viniste —ya lo sabía— a escribirme,
a inmortalizarme en sal, y en la promesa
de que ibas a volver para darme un beso
antes de que tu voz subiera a ese tren.

Poco después te fuiste. Fue en la estación
de Francia. Te creí cuando me dijiste
que cuidarías de mí, que no te olvidara.
Te creí cuando soñaba que me abrazabas
y me cogías de la mano para hablar,
cuando tus labios sabían a mar revuelto
y despertabas en el puerto, o en mi cama,
preguntando por mí, y buscas algo
para desayunar en la cocina.

Dentro de una caracola sólo suenan mentiras,
y el mar y sus lobos rompen mil promesas.
Todos los vasos se pueden romper, y la sal
de amores se vende muy barata en el mercado.
Y en este cruce oscuro sólo somos verdad
mi vaso y mi palabra, y el crudo testamento
de amores que un día allende los mares escribí
para otras cien sirenas, para otros viejos
amores de verano que se suicidan
antes de ser pensados.
                                     En este cruce
sólo somos verdad, no atrevimiento.
Un magma de palabras, pero un dardo
exacto en la memoria.

                                     Y nube, y polvo,
y sed de otras corrientes, de otros vientos
y otros mástiles bravos, de otros brazos
de mar que me recojan. De sirenas
de algo más que una noche, de otros labios
que sí merezcan continuar viaje.

Barcelona, 26 de agosto de 2020

No hay comentarios:

Publicar un comentario