sábado, 30 de octubre de 2010

Lluvia

Tristemente solo, misteriosamente ausente, veo caer la lluvia desde mi ventana.
Inútiles recuerdos.
                                     La vida en soledad poco menos vale que la nada.
Despertando voy de un sueño perdido de amor y libertad,
muriendo estoy en esta realidad de delirio y lágrimas.


En la oscura penumbra aún se dibujan los cálidos contornos
de un amor que se fue lejos de la luz de mis ojos.
Sombra y fuego, los esbozos de la tierra se pierden en un mar de lágrimas.
Tormentosa juventud, camino sin retorno.


Parecen las gotas divertirse en la caída, y aún más:
con gentil soberbia discurren por el cristal de mi vieja ventana
y caen lentamente, disfrutando el momento,
dibujando en su acuoso sendero unas palabras de recuerdo.
Solemne, contemplo las oscuras nubes
en esta noche lúgubre de turbias realidades;
en el cielo gris apenas queda un rincón por el que busco tus ojos,
mas, iluso, me paro a observar, y no te encuentro.


La tormenta arrecia. Mi amor, empapado de rocío nocturno,
se retira al calor de su propia soledad con la mirada fija a lo lejos,
subsistiendo sin el dulce aroma de un día de sol radiante
que ilumina en el horizonte la silueta de un amor eterno.
Esta noche no habrá luces ni sombras, sólo el gris de las nubes,
un gris que se apodera de lo más profundo de mi ser
mientras un susurro lejano me recuerda que, aunque lejos,
aún pervive en tu mirada una caricia inquieta, un beso perdido...


Y entre tanta soledad y olvido, pienso en ti, amor mío,
y un suspiro huye de mis labios cansados
en este noviembre oscuro y sibilino donde el gris domina el mundo...

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