domingo, 12 de junio de 2011

Prólogo. "Nistagmo"

Los cristales rotos de una lejana ventana aportaban una mínima corriente de aire que mantenía la celda con vida. Las lluvias del último mes habían pasado factura y se había filtrado algo de agua sucia por las paredes de hormigón, cayendo gota a gota, clac, clac, clac; formando unas pequeñas estalactitas en el techo que se confundían con un gotelet que se descamaba al pasar la mano por la pared. Clac, clac, clac. Además, la incesante humedad que se apoderaba de la sala había traído consigo las primeras cucarachas, que salían de sus escondrijos por la noche en busca de alimento para sus crías, bien ocultas entre los agujeros de la pared que en otro tiempo habían sido nicho de algunos componentes de acero provenientes de alguna máquina o cualquier otro elemento.

Clac, clac clac. Desfallecía su mirada en la soledad de la noche. Fantaseaba con contemplar un hermoso amanecer en el mundo feliz que mamá le había prometido. Un mundo lleno de colores vivos y refulgentes en el que poder reír y cantar sin parar hasta cansarse. Un mundo libre. Un mundo. Y en lugar de eso, tenía ante sí una atmósfera oscura y repugnante en el que la acomodación de su retina apenas dejaba percibir los contornos de su miserable habitáculo y los restos de un aparato metálico tan oxidado y destartalado que no podía reconocer. Sus escasas ropas apestaban a humedad y a suciedad acumulada. Clac. Cerró los ojos con tanta fuerza como su cuerpo exhausto le permitió. Rompió a llorar. Estaba sola. Clac. No quería seguir viviendo así. Clac. Entre sollozos, los ojos le seguían dando vueltas y más vueltas en medio de aquella oscuridad infernal a la que tenía que someterse estoicamente, sin esperanzas. Clac. Clac.

A lo lejos resuenan unos pasos. Es un sonido hueco, desafiante, como latidos de un corazón helado y muerto de miedo.

– Vienen a por mí...

Se aferró a la pared con fuerza. Cerró los ojos con tanta fuerza como su cuerpo exhausto le permitía. Sus amargas lágrimas se confundían poco a poco con la humedad del cuarto y creaban pequeños riachuelos hasta filtrarse por la pared. Anhelaba el fin de su sufrimiento. Quería suicidarse. Clac, clac. Rápidamente afloró su creatividad. Pensó en aquel viejo cachivache de metal y buscó con la mirada perdida algún filo cortante entre la chatarra. Nada. Clac. Pensó en la ventana rota como otra alternativa para cortarse las venas, pero no tenía fuerzas para llegar hasta ella. Clac. Pensó en dejarse comer por las cucarachas, cuyo número ascendía por minutos. Pensó en romperse el cráneo contra la pared. Clac. Había pensado demasiado. Tanto, que su metabolismo basal no lo pudo soportar. Clac, clac. Un último hilo de voz huyó de su laringe.

– Mamá, tengo miedo...

Paralizada de frío, la niña se recostó en su rincón de la pared y se dejó caer en los brazos de Morfeo. O tal vez en manos de la muerte.

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