sábado, 30 de marzo de 2013

Dum vivimus, vivamus

Para Carmen, con todo mi cariño

Todo comenzó
      como empiezan las grandes historias:
      un poco sin dar cuenta de los cambios,
      inconscientemente, despacio,
      con altibajos pero intrínsecamente constante

una noche como esta
al brillo leve de las copas. Se despertaron
las sombras del recuerdo
mirando al finito infinito
en el épico (aunque irreal y
vagabundo) recuerdo de la ausencia.

Perspectivas
sublimes, de futuro incierto, rebosantes
de ilusiones turbias,
      dijeron unos,
      ilusiones
       que salen como entraron, que se escapan,
      que se rompen, cristalización previa
      en el eco rezagado de la duda,
       en disquisiciones ambiguas (y en conflicto
       de intereses, podríamos pensar,
       aunque sería algo maligno por mi parte);

para otros,
      aquí se incluye un servidor, bien
      movido por la ilusión
      venidera
      o bien porque
      quizás
      embriagado de luz púroura
     (si bien depauperada por el ocaso azul

      de los siglos)
retaba
a la imaginación de la esperanza,
al devenir del tiempo
juntos
escondidos al abrigo de la medianoche.

Pero hablemos con propiedad
       o no,
       como hacen los poetas
       en las mañanas de autobús (martes
      previo a la masacre)


y miro
las hojas caídas
de un calendario, para
hacer
recuento pormenorizado de misterios.

Coger prestadas unas alas,
sobrevolar un laberinto
asombrosamente simple
       (tal vez
       nos parezca sencillo en este instante,
       cuando las sombras taparon las grietas
       y las almas consumaron el aire
      con flores de nuestro tiempo, con sueños,
      con la memoria
      libremente adjudicada en cada parte)

y ser,
y preguntarnos, mi cielo,
qué designio inquebrantable descrito en la Luna
me trajo a contemplar
que los presagios en el viento no son un sueño del prosencéfalo,
que la perdición completa es virtud
a la que elevo mi espíritu, junto al recuerdo
de mi infalible diosa.
 ¿Fue un capricho del destino?
¿Fue el eterno misterio el que nos trajo?

En realidad
mantengo la teoría
de que fuimos sino un desarrollo cotidiano
de cálidos contornos,
de invierno pretérito perfecto
simple
y que, al caer el torreón de los dioses, fue
defenestrado sin contemplaciones,
siendo usurpado por las nubes cautas de marzo
que nos miraban con las nostalgia sonrosada
que llevan los neófitos
en el manejo de las barcas del Retiro
cuando cayeron los folios plateados del muérdago
esperando a que los trenes alcanzaran su destino.

Y tal vez, el desarrollo cíclico
del porvenir de la Naturaleza
nos haya traído a un punto algo distante
de aquella ferviente primavera que nos vio
cuando los sauces aun no me habían visto abrazar
al amor de mi vida.

                                 Y aquí estamos,
y somos, y seremos,
y orbitamos el uno sobre el otro,
anfóteros, binarios,
a un mismo tiempo fugaces y eternos.

...el mínimo recuerdo de aquellas sonrisas de fin de otoño
rebosa de existencia...
Vuelve a mí,
delicada musa del tiempo
inspirada en el viento de la medianoche.
Ven. Otra vez. Como en aquel sueño
que soñábamos en las primeras primaveras
regaladas por las calles de Madrid.
                                                          Vuelve
conmigo
a los lejanos esbozos
reticentes en la luz de la ventana
tallada a la sombra de los destinos fugaces,
las luces sin retorno, amanecer sin dueño,
capricho de media tarde de flamante miércoles
donde reverberan las ondas cósmicas que dieron
forma de mujer enamorada al horizonte
encerrado en las nubes
que nos vio nacer y perdurar en las arenas
del tiempo sin tiempo.
                                     Aquellos ojos de Rimbaud
estaban ocultos, azules, en otros otoños
que no podía entender
cuando la sombra gris de la cicuta socrática
transformada en los amores infantiles de antes
no deja a los poetas ni a los druidas ver los árboles.
Pero no he muerto. Los poetas reviven
con el hálito pálido del gentil deseo;
y, más vivos que nunca,
miramos al cielo, al despliegue pirotécnico
prometido en el tiempo que nos despertó
del letargo infinito,
del amor sin amor,
de la sombra alargada de la duda.

El momento presente
es la puerta de entrada de otra vida.
Cuando pasen algunas primaveras,
los sucesores de la sombra blanca del viento saldremos,
confundidos,
con el entorno ligeramente trastocado,
tal vez algo perdidos.
Mas, incesantes,
contrapunto y fuga, emprenderemos
la retirada nocturna de la ciudadela
(la tan premeditada huida que creíamos incierta
y acaso tan sólo el devenir de una ilusión),
los paseos por las nubes,
rumbo norte, a los sueños,
hacia la vida que pasa y queda entre tú y yo
que fue engendrada por noches post-adolescentes,
ahora apenas un lábil sinsabor
de aliento de montaña.
                                      Pero
cuando un día te despiertes a mi lado
digamos en algún habitáculo de Trondheim
(o quizás amparados por los Alpes
o los ecos del mítico Danubio)
acuérdate de mí,
de como desde aquel ángulo oscuro
los poetas imaginan las leyendas (¿te acuerdas?)
concebidas en sueños
por los jóvenes amantes.

Y aquí estamos,
camino de tus sueños,
de los nuestros,
del alma sutil del saber, de la vida, de la muerte,
de los secretos intrincados del enfermar
de estos que nos dicen seres humanos
       (por cierto, digamos de paso que
       «laboratorio de biología molecular»
       tiene catorce sílabas).


Pero no todo es tan sencillo. Los entes depresivos
que rodean, envidiosos, nuestros sueños,
se ciñen a los clásicos,
y, emponzoñada tinta, escriben en el techo
de una tarde de abril mirando al suelo,
       que el mayor bien es pequeño,
       que toda la vida es sueño
       y los sueños…


...vete al infierno, Calderón;
los sueños son para soñarlos
a tu lado
¿...vienes a soñar conmigo...?

y no hay mayor palabra,
más ávida de pasión, de voluntad, de ensueño
que la ilusión acústica del roce de tu pelo,
que el aura infrasónica del cierre de tus ojos
sutilmente imaginados en el viento,
                                                          así que
por vez última en este tiempo inmemorial
sueño, una y otra vez, la magia reincidente
en la luz que nos separa, delicada llama,
aire deflagrado por el polvo de los tiempos.

Pero habrá más luz sobre el polvo. Rimbaud
revivirá en la tumba, la llenaremos de ceniza
y de idiotas,
y en los albores del fin del mundo
no habrá
tiempo
ni
espacio
sólo
miradas
sonrisas
gloria victoriosa que caminará sobre las aguas
desafiando depresiones y desasosiegos
soñando
como nosotros
nuevas tardes de marzo en nubes de miradas
pájaros de nueva identidad
y el deseo nada fugaz de que te amé,
te amo
y te amaré profundamente hasta el fin de mis días.

Viviremos. Ahora y siempre.
Contigo hasta el final.

 
Te amo.

Leganés, 30 de marzo de 2013.
Un año después

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