jueves, 17 de septiembre de 2015

Farmacología y destrucción

En una mañana plomiza de lienzo destruido
las aves que migran al sur evitaron el Doce de Octubre.
Los entes ocultos torturan las almas que miran
el ansia vital de salir de la gruta platónica ilesos.

El mes de septiembre volvió a nuestra clase con sus dinosaurios
y un juego que induce al suicidio a los hijos de Hipócrates.
Escribo y describo miserias que son derramadas en noches como esta.
No me interesa. No quiero seguir.
La vida está fuera, viviendo;
y yo,
recluido en el pozo del tiempo.

Algunos fármacos, dicen los sabios,   
alteran conductas – que son fisiológicas – en hepatópatas y en los diabéticos.
Y aparte de eso, si eres nefrópata,
estás cavando tu propia fosa.
En otros diagnósticos   
las complicaciones revisten de negro los grises pronósticos de los pacientes.
En otros términos,
que viven menos, que los condenamos.
Pero hay salida,
fármacos crónicos
— diez miligramos de enalaprilo,
que es un profármaco,
son estupendos para el hipertenso
pero en cirróticos son desastrosos —
que desarrollan los americanos en grandes industrias.

Es una lástima. Hay profesores que son excelentes
— el farmacólogo que da la clase
es un ejemplo paradigmático —
pero se esconden en un mar de inútiles,
de hombres excéntricos, de catedráticos,   
y en otros casos de seres malvados, crueles, insensatos.   
En estos casos   
echo de menos algunas sustancias   
que no nos cuentan,
cianuros potásicos o barbitúricos en altas dosis
para exterminarlos.

Tras este interludio farmacológico,
que fue inesperado, vuelvo a las sombras,
rechazo las artes galenas
y miro al pasado
y abrazo la música,
arpas sagradas, coros eternos.

Para eso primero
hay que jubilarse
o huir a tiempo.


Pabellón de Docencia. Hospital Universitario 12 de Octubre. Madrid, 17 de septiembre de 2015. 09:44

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