viernes, 10 de julio de 2020

Y no me olvidarás

Si me falta el amor, no soy nada.

1 Corintios 13, 2

a todos los enfermos de ELA, y a sus familias

Tarde para el silencio, y
pronto para el olvido.
La muntanya avui calla. Surt del petit bressol
una substància negra, agra de cor. Las gaviotas
gruñen cantos arcanos. Y los peces
dormitan en silencio
bajo el acantilado que supone tu cuerpo
sobre la roca muerta,
y en el fondo del pozo me alcanzará la lluvia.

Te vi en un viejo túmulo. Eras nadie.
Eras un ángel blanco sobre el rostro
macilento de una virgen de cristal
dentro de una pirámide. Los trifolios
girando se alinean con tu sonrisa,
tan grande hasta en el más profundo túmulo
que iluminan tus ojos
y se convierte en un lugar de tránsito
de la resurrección de los poetas.

Eres un espejismo.
Tu sombra te delata, y eres tú
porque la luz te advierte
tan reina poderosa en el verano
sobre los tristes mármoles
de cumbre modernista ya olvidada
por el hongo impertérrito de la amnesia.

Una mujer anciana
recorre lentamente y en silencio
las ramas y los pórticos,
y deja un tulipán y un beso en sal
en el séptimo nicho.

Aquí está mi marido, ¿sabe usted?
Cuando era como sois,
en un trozo de espejo nos besábamos
y los tranvías seguían pasando sin hacer
ruido, y la noche
era un enigma en sí misma. Con sus manos
me inventaba el camino
de un tierno aletear para una niña de posguerra
hasta una hoguera abierta sobre el tálamo.
Siempre estuvimos juntos
mi Joan y yo. Pobret. Pasaron
los años, ¿sabe usted?
La bruma y la pobreza, apenas fueron
trámites rigurosos. Y pasaron
los años, los cañones, los verdugos.
Teníamos una casa ahí al pie del Tibidabo
pra escribir con fuego de una lumbre pequeña
deseos de juventud, planes, hijos, ya se puede
figurar. Cuando tenía cincuenta
ya no besaba igual, y había una voz
extraña en su interior. Pronto se volvió frágil.
Sus manos, consumidas poco a poco
por un fuego infernal. En pocos meses
dejó de caminar. Yo le llevaba
con la silla de ruedas a encender
nuestra hoguera sincera en nuestra casa
de juventud prohibida. Pero mi pobre Joan
sólo podía mirarme, y nada más.
Un parpadeo, sí. Dos, no. Tres, te quiero.

Y cada día a su lado. Mis huesos prolongaron
los aluminios lentos que lo ataban,
y cada otoño había cien hojas menos.
Los vidrios de Sant Pau saben a noche
vedada a la esperanza. Cuando no pudo más,
cogidos de la mano cerré sus ojos tiernos
y vino la Mercè y le puso un poco de morfina,
ella tomó mi mano, en el amor
de la hija que no tuve.
Apagamos aquella pobre máquina
y cortamos los hilos de plata que separan
a las motoneuronas de volar.
Con su último suspiro silencioso
me pareció encontrar en sus labios mi nombre
y en su última caricia su mano me besó.

Y se marchó. Aún hoy doy gracias a Dios
por haber recorrido este camino.
Cada nueve de julio
subo con una flor y una promesa
a nuestro hogar futuro
labrado en piedra antigua y con vistas al mar,
después cojo el tranvía y vamos juntos
hasta el lugar de siempre. Por eso ahora
nos hemos cruzado, joven amigo.
No olvides el amor. No olvides nunca
amar a discreción, pues es lo único
que vas a recordar cuando se vaya
todo lo que has luchado.

Guardé tanto silencio que dolía.
La abracé, y fui bajando las escalas
de piedra habitada, y corrí a abrazarte
y a escribir una hoguera con tu cuerpo
como aquellos amantes,
para que alguna vez cuando no pueda hablar
te acuerdes de mis ojos
que te aman en la anartria de la noche
si algún día me marchara lentamente.

No perdamos más tiempo:
un día sin recorrerte con mis labios
es una hoja rota del calendario.
Un día la vida no nos dejará
seguir en el camino. Y partiremos
llenos de amor. Esa es la diferencia.
Y el amor que dejamos se transmite,
de algún modo acientífico, en el éter
que brilla entre nosotros
y seguirá en el mar
cuando seamos de mármol
y hayamos enterrado las cenizas
como te prometí, entrelazadas
y entre unas partituras.

No perdamos más tiempo.
Empieza por venir a descubrirme
entre los viejos túmulos,
y deja que mis manos hagan todo lo demás.
Los muertos bailarán para nosotros
y nos haremos una casa en Gràcia
para eludir la lluvia mientras beso
cada porción de piel que me regalas.
Cuando venga la señora del hacha
la abrazaré en silencio. Tus pestañas
bastan para curarme. Tu misterio de amor
será mi salvación cuando me ahogue
en el borde de un sueño de oleaje infinito
que llega al horizonte, y que levanta el vuelo
hasta dejar de verse. Y se despide
con él mi amor eterno.
Quizás alguna estrella parpadeará tres veces.
Los poetastros del próximo verano
dirán diez palabras sobre nosotros.

Y no me olvidarás.

Barcelona, 9 de julio de 2020

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