miércoles, 15 de julio de 2020

El cruce

Su nombre era el de todas las mujeres

Luis Alberto de Cuenca

Este verano se llevan los vestidos grises
y las pocas palabras. El extraño equilibrio
de la línea sencilla y tus curvas selectas.
Hay balaustradas turbias para escribir
en acuarela verde las llamas de tu pelo
con veraniego ardor, delimitado
por una esferificación de tu silencio
y el tacto delicado de tus gafas.

Sobre la mascarilla estás preciosa,
viajera imprevista. Me acuerdo de tus pasos
de verosímil claqué en las alas de un viejo bandoneón
que saluda a tu tierno colorido
desde un balcón en Gràcia. Los hombres hacen flores
en los tejados púrpuras, en diagonal escolta
para alumbrar de truenos tus sonrisas.
Yo me he quedado aquí, en mi lugar secreto
para admirar tus pasos misteriosos
y el suspirar barroco de los rizos.

Viniste a enamorarme de repente. Era un abrazo
de sabores certeros. Tan dulce, tan como antes,
apasionado e incorrecto, a menos de dos metros
como era de esperar probé tu boca. Era el cruce
de Muntaner con Balmes – te'n recordes?,
un llanto antiguo en grácil chapoteo
perseguía cuesta abajo nuestra sombra.
Pero aquí somos nuestros, nada más
que nuestros. Para sentir la firme
autoridad de este único ahora mismo
donde nos reencontramos, inmediatos,
sinceros, con la nostalgia desnuda
del primer trazo en el papel, del primer te quiero
dibujado en la arena.
Como si aquellas tardes fueran otras
de dimensión ingrávida, como si aquellos besos
fueran sólo un papel roto flotando en el Besòs
y un mal sueño viniera a reírse en mi melancolía.

Pero yo puedo verte. Viajas en el tranvía
fantasma. Estás aquí, conmigo. Aún
no sé ponerte nombre. Era el de todas
las mujeres, supongo. Entre ambas calles
miro de vez en cuando. Y, de reojo,
nos veo haciendo palabras
de noche entre la hierba misteriosa
del manantial callado, de colores recónditos
en esta urbe imposible y fascinante.

Barcelona, 15 de julio de 2020

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