miércoles, 17 de noviembre de 2010

Escarcha

Mis lúcidas ensoñaciones en este invierno profundo
desfallecen entre nieve y suspiros
                                                       como tantas otras noches.
Será la lluvia, será la gélida brisa de la tarde,
o tal vez será la helada soledad que me destroza;
escarcha y llanto, mi dolor se congela
                                                             y yo con él...

A la luz de la luna y los letreros luminosos
vago sin rumbo fijo en la soledad de mis recuerdos;
ya he desistido del influjo de la tentación.

Infinita paciencia que un día huiste de mi vida,
vuelve a mi regazo en esta noche de realidad maldita
resistiendo a cada instante, sufriendo por segundos,
acortando la lejanía de tu silueta esta noche...
                                                                           tan sólo esta noche...


Hipnótico, durmiente, miro al techo y me aplastan miles de recuerdos
que caen simultáneamente al ritmo de la lluvia vespertina;
vuelvo a estar solo.
                               Sin tu sonrisa.
                                                       Sin tus ojos.


Mas aquí me tienes, ensueño de mis sentidos,
recién despierto de una quimera de un amor discontinuo y sinuoso,
añorando la sabrosa melaza que emana de tus labios.

Hoy también
da comienzo la gesta de cada día de despertar con ganas de vivir.
La monotonía me invade,
y en la penumbra de este amanecer invernal ensombrece la luz de tus ojos.


Pero
cada semana,
un sueño único da comienzo
al revivirte en lo profundo de mi corazón en la lucidez del roce de tus labios.


Y un escalofrío recorre nuestro cuerpo unido, deseado, deseante,
mientras de la intimidad resurgen furibundas las ilusiones escondidas
y con los primeros espasmos de placer y amor profundo
entran en juego más que palabras
que desbordan un horizonte nuevo de sensaciones encontradas.

Y así, a golpe de pasión impetuosa, se forja la vida,
el espíritu de subsistir con hambre y sed de tus caricias cada mañana.

No obstante, en la imperfección de mi absoluta realidad,
carezco de la mal dicha virtud de saber esperar.
Insaciable como pocos, enamorado como ninguno,
no tengo voluntad para separarme de tan dulce miel
y cuando dejo de saborearte, volviendo en mí,
lamento eternamente no morir entre tus brazos.

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