lunes, 29 de noviembre de 2010

Noviembre

Nieva en soledad.
Los últimos esbozos de un tímido sol de mediodía antes de esconderse
revelan iridiscentes espectros de cristal finísimo
que con su indescriptible color y pureza me evocan tiempos mejores.


Feliz en el ayer alegre, hermoso,
una vez más, todo es una gran mentira, una quimera, una ilusión,
un anhelo delirante del pasado que se vuelve a la memoria por compasión mutua.
Soñarte acaso ya no sirve, y no quiero sueños:
                                                                         quiero ser tu realidad,
la soñada realidad que no cabe en mis recuerdos.

Quiero que, esta noche, tu alma y la mía se recompongan
de una vez por todas;
                                  quiero ser todo de ti y tuyo al instante
y deseo perdidamente que esta noche seas también mía.

Quiero que de dos miradas ajenas encontradas por el encanto de tus ojos
que abandonaron temblorosas el cautiverio de la soledad esta noche de noviembre
surja el inefable instinto de la bestia libre y primigenia,
el instinto animal, el del cuerpo a cuerpo,
                                                           que entrelazando carne, mente, corazones,
me insta a disfrutar eternamente de la pasión que turbulenta discurre por tus venas.

Necesito soñar la tangible realidad deseada por mis sentidos
al tiempo que tus labios me despiertan a cada instante.
Necesito el roce de tu piel para seguir viviendo,
necesito amarte dulcemente y a la vez sin complejos,
para que al final encajen todas las piezas del rompecabezas
y el largo tiempo hasta resolverlo, amor, haya tenido algún sentido.

Mientras espero otra noche más a esos tímidos labios
de los que mi amor no sabe, ni quiere, despegarse apenas un segundo,
sigo inmóvil, solemne, pensativo, tratando de encontrarte entre mis sábanas,
buscando tus sempiternas caricias y tu beso de buenas noches
mientras solitario recorro las calles sin nombre
cubierto por la nieve de este amargo día de noviembre sin ti.

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