martes, 10 de mayo de 2011

Insomnio - "Nº 3. Esquizofrenia"

Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi capricho tiene el óxido de una frente de hierro.

 Juan Carlos Mestre, La casa roja




Filtro un negro conjuro de avara llama interrumpida por chirridos, asolado sin pesar a sus infamias. No hay nada que temer, sólo son sueños de sangre coagulada nadando en bytes sin armónicos. Resuena un vals de Shostakovich. Grasa parda entre los quejidos sibilinos de otro «there's no way, darling» y que los sediementan detrás de los venenos aritmetizados del afelio. Cruel muerte sin voz, despellejada de alborotos descompensados, de rojos albedríos, de tuertas miradas de deshonra incomprendida en la que quedaron suspendidos los entrecejos de los perros amarillos. La multitud defenestra un alirón de motines aguijarrados en su particular certamen de tauromaquia gallinesca. Azul conjuro de yesca prendida entre las meninas acuchilladas por rojas bayonetas. El polvorín está sediento de encéfalo; el cristiano, muerto en el fresno del humilladoiro que sigue el sendero de las aceitunas gigantes. Sólo son sueños de sangre coagulada nadando en bytes sin armónicos. Mi pesadilla de cartones fritos en los hielos vespertinos de sonrisas ajetreadas dormita en la platónica sima sin anhelo de ser resucitadas. Cuentan que en el aquelarre de los ladrillos hay una bruja de mármol que susurra a los girasoles sordociegos los martes al atardecer de las noches polares de mayo, sembradas con las uñas escamosas de pijas adolescentes de maquillaje carcomido por chillidos multiorgásmicos, supinados al granizo de un Starbucks negro desequilibrado en el infierno polisario de una calle Serrano en cuarentena. Primavera grisácea. Magnésica. Impoluta. Brillantemente poblada. Azarosa. Humillada. Despertada cadavérica. Jurisprudencia asexuada perfundida en la soberbia del retrato a mano armada de la psicosis  que disfruta asesinando la transparencia calcificada de la santidad diluida. Sólo es una bruja de mármol que susurra a los girasoles sordociegos. Señor, ten piedad. Muerte teñida con Gallego hasta revelar las fibras perdidas en el viento del desierto por los que escapan las habichuelas descomprimidas al aroma de los roces contra el pladur. Descompensación expresionista en brillo de sutileza amarga difamada anecdotada por los grillos de la podredumbre encubierta de una vieja puerta agusanada por el sentir de los ácaros de la sombra de tus tiempos. Sólo era un sueño de sangre coagulada nadando en bytes sin armónicos. No hay nada que temer. No hay nada.

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