domingo, 24 de enero de 2021

Modus operandi

Tengo que hacerme un sitio para cada
instante que pasemos frente a frente.
Un salto de ceja fuera de lugar
y todo al traste. (Aquí hay papeles viejos
con mujeres y poemas obsoletos:
habrá que recurrir a estos cajones
y ahorrar suspiros escribiendo al dorso.)

Hay que girarse en el momento exacto
que encaje con la línea de sus gafas
y el ángulo feroz de su sospecha.
No debe percatarse de que vives
buscando un temblor fino en sus escorzos
que suponga una respuesta callada,
no tiene que intuir que cada tarde,
cuando sales de la planta, la piensas
y repiensas y sueñas con que un día
volvamos a abrazarnos normalmente
para acariciarle el pelo.
                                       Tendrás
la excusa predilecta de actuar
como si fuera fácil, como si
pudieras eludir la taquicardia
mientras te pierdes en su abrigo gris
y libas el perfume de su cuello.
Después tendrás que urdir la trayectoria
de sus manos como una danza extraña,
irregular, curiosa, entre los cuerpos.
No pierdas tiempo. (Amar es casi fácil,
lo duro es que te quieran. Pero acaso
la espiral no se detiene, y te elevas
a las profundidades de sus besos.)
Lo demás va rodado. No olvides
ordenar ciegamente tus palabras
y firmar al salir.
                          Vivir (soñar)
se escribe cuesta arriba, y en los márgenes
deja surcos sembrados de ilusiones
del yo que no han pasado este «nosotros».
No hay rima ni leyenda que describa
la marchitada flor de la rutina.
Mientras contestas indiscretamente
viajan las horas prestas, y te casas
y tienes hipoteca y en el libro
de cuentas te encomiendas a la cábala.
Repasas la consulta de mañana
preparando cafés en un rincón
mientras tú no eres nadie y ella se viste,
y haces tiempo mirando las noticias,
estudiando facturas y pasando
páginas de algún libro muy pesado.

Reposarán, entre unas fotos, los extractos
de lo que por amor has elegido.
¡Amar, vivir, pensar: qué complicado!

Pero entonces ocurre. Sin dudarlo,
la delicada musa de tus versos
arrastrando los pies por el pasillo
abre la puerta, como un león hambriento,
y te muerde la oreja. Es el Te quiero
exacto que, flotando en la cocina,
dará por fin sentido a tu existencia.

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