sábado, 30 de enero de 2021

Bron

Mordía la nieve
el óxido en los tejados
de todo un sueño,

y el viento arraiga
sus hidras en el puerto
como un viajero.

Los pescadores,
mirando al archipiélago,
dan esperanza

a las figuras
pálidas que se enroscan
entre las rocas.

Sonrió la nada.
Cuando volvió la vista
la tentación,

supe que estabas.
Cada latido ardiente
soñaba en ti.

Haciendo tiempo
pensó la tarde ártica
que me amarías,

mas no lo puso
fácil. Tu trenza helada
sabía a ceniza,

y tus mejillas
de luz crujían, sedientas
de otra canción.

Soy humo y paso,
una ventisca esquiva
para tu aliento,

pero si quieres
puedes pasar adentro,
y en mi pasión

(donde no buscas,
donde nadie pregunta)
soy lo que ves:

un temblor fino
que mira al fin del agua
con ilusión

de que recojas
en tu barca invisible
mi luminaria

y me acaricies
el alma con tu voz,
y el calor blanco

de tus suspiros
besados en mi boca
me hagan sentir

en esta austera
salida de emergencia
que estás aquí.

Y es un amor
pensado, no divino
ni terrenal:

es una mano
invisible y templada
la que me lleva,

y una sonrisa
que abre sus dientes tiernos
al horizonte

entre tres aguas
al puente que ilumina
mi larga sombra.

Cuando terminen
de navegar los hombres
por esta tierra,

se abrirá el cielo
para que nos sentemos
a ver el alba.

Todo es extraño:
tus besos saben como
un árbol frío,

(no me lo jures:
los nórdicos no sois
mucho de abrazos,)

pero si insistes,
entra en mis sueños sola,
cierra la puerta,

ven, y, desnuda,
escucha por tu cuerpo
gruñir la sangre.

Grandes ventanas
que miran al castillo
(por las que todos

los hombres lloran
cuando no han sido vistos)
nos reconocen

mientras amamos,
y hacemos trazos en
cuerpos soñados

de un mapa en seda
bajo las escaleras
de los recuerdos.

Van por delante
las chimeneas del puerto,
que hacen camino

mientras espero
suspirando en azul
aguas arriba.

No tienes nombre,
serías toda mi vida
si fueras alguien.

Te augura el norte
fría y dulce, en calma,
como las olas

gemelas, ávidas
de retorcerse al canto
de las sirenas.

Helada reina,
sobre la roca antigua
labras tu ausencia

y los viajeros
regresamos soñando
tu viento en calma

para que un día,
cuando vuelvan los bosques
a florecer,

en tu deshielo
volveremos a verte
lejana y sola.

Y nos tendrás
como sueños de amor
buscando un nido,

para al fin, en mí
reposar el verano
sobre el verdor

que deja el páramo
añil entre las rocas
y hacia tu piel

para volver
a ser, juntos, glorioso
lazo de sol

y en cada esquina
teñida de cristales
y aroma a sal

rehacer los árboles
exactamente allí
donde te amé,

poner los bancos
justamente en el sitio
donde tus brazos

me vieron tuyo,
donde tus ojos verdes
me secuestraron

y donde todos
tus encantos, tu voz
y tu promesa

me acariciaron
y templaron mis manos
aquel invierno.

(No tienes nombre.
Tendrías toda mi vida
si fueras cierta.

¿O sí lo eres?)

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