martes, 12 de enero de 2021

Andar el camino

Me olvidé de quererte.

Hay un yermo glacial en mi ignominia,

y hay escarcha en los párpados.


Abrazando la bruma y el silencio

quise ponerte nombre, y unos ojos

verdes y luminosos. Te olvidaste de mí.

Cada cual con su amor, y yo inventándome 

las caricias que todas me negaron.

Nadie vendrá a buscarme,

nadie susurrara mi nombre en el profundo

invierno de mis tardes solitarias.


Me olvidé de querer. Ya sólo quiero

una mano sincera para andar el camino,

unos ojos bonitos que dibujen

sonrisas en la nieve.

Tan sólo una palabra, y la vida

sencilla que apacigüe el lamento

de mis viejos versos de juventud.

Y el reflejo voraz, hipnotizado,

que esgrimirá tu boca en mis dominios.

(Aún queda juventud en mi tediosa complacencia.)


Y ante el último tiento

de luz en la caterva de candiles

que refleja el cristal blanco en las tierra 

me olvidé de sufrir

también.

Ya asumo que no existes

y paso las mañanas embozado en el eco

que las nubes deshojadas gruñen, toscas,

hiriéndose de frío. Si no existes

mi vida es la de siempre, templo estoico

y lúcido. La herencia de los astros

que escriben en el cielo lo que ha sido

y borran mis anhelos.

Así, si un día despierto

cogido de tu mano, y entre tus dedos

acaricias mi rostro en el invierno

templado sólo en ti, luz de mi vida...

Entonces fingiré que habré soñado

sonámbulo. Tan sólo hacia el final

descansaré seguro y creeré en ti.


Entonces bastará.

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