lunes, 4 de noviembre de 2019

Deja de hacer historias

Sin ella, sin tu musa, no eres nadie, poeta. 

a Luis Alberto de Cuenca,
admirable

Deja de hacer historias
y deja que te invite a alguna copa
en un lugar inquieto de mis tardes
donde suelo escribirte.

La vida es algo más que unos listados
de casos y diagnósticos.
La vida es recordar la luna en alto
mirando tus cabellos reflejarse
a la luz de las velas,
al vidrio de unos vasos de ginebra.
Caídas del cielo silban
las cartas invisibles en mi rostro
que no saben decirte que me gustas,
que cuando me acaricias
no existe una sonrisa más despierta,
que anhelo desearte,
que hagamos más dobleces a las sábanas,
compartir nuestros aromas del invierno
de leña y de café, de alcoba serenísima,
del arte de romper despertadores
en mesillas de noche
mientras tú y yo orbitamos
y todo es vanidad
y todos nuestros libros se derrumban
al viento de las manos.

Y todo será luz para mis ojos,
ceguera de escritor en la locura
para reconfortarnos
si el alma se nos hiere en la batalla,
para resucitar
las glorias que otro tiempo fulminó con el olvido
y perdonar
ser yo como el que soy, ser tan idiota
algunas veces,
ser tan enamorado, ser absurdo.

Quizás seamos eternos,
o tal vez no duremos tres minutos
detrás de alguna puerta.
Me basta ver los patos bajo el puente de forja,
explorar los confines de la Tierra
o acaso intercambiar unas cervezas
en un pobre tugurio.
Quizás prefiero, opino,
explorar tus confines una tarde de lluvia,
tu remanso de paz zaina y esbelta,
las flores de tu cuerpo,
el músico aletear de tus pestañas
cuando miras, inquieta,
que a veces yo te miro y me reanimas
y todo es un futuro resuelto, imperdonable,
como si cada noche
supieras que eres tú mi gran amor
cuando doblo la esquina
y asomas por la puerta del despacho
y abrazas mis palabras,
tan joven luminosa tu presencia,
y coges tu café
tan «buenos días» como eres siempre
te sientas a mi lado
y dejas que me incline en tu regazo
mientras tocas mi pelo
y dices que me quieres, y me cuidas,
y tal vez nos besamos
y se marcha el gerente algo indignado
de la mesa de enfrente,
    quizás nunca fue joven,
y siete neurólogos no dan crédito.

No sé si un día
tu voz sustituirá mis arrebatos,
tus noches serán luz de mi cariño.
No sé, y no lo contemplo,
pero mi alma en canal
va rezando esta insólita mirada
que puede que sea cierta.

Y tú, ¿qué crees, ángel de luz?
¿Podré escribir mi historia con nosotros?

Leganés, 4 de noviembre de 2019, 00:26

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