martes, 19 de noviembre de 2019

La semana

Roses in the spring I gather!
(Uhland/Longfellow)

A leña los domingos en el bar de la esquina.
A niebla y a cebolla de matanza los lunes
cuando a las seis en punto suena el despertador
de las máquinas que hacen chorizos y morcillas
du sang d'insomnie des passants honnêtes
y ponen perdida de sangre toda la calle.

A lluvia cuando salgo en noviembre de casa
los martes y me encuentro al vecino de siempre
cuyo perro pasea impune en el rellano.
Me ha rayado la puerta.
Retoza en el felpudo.
(Qué cruz. ¡Joder, qué cruz!
In medias res, lo lanzo
de vuelta al ascensor.)

Los miércoles descanso. Que me tiene contento
el flujo tan estúpido del agro neurológico.
Retiro del piano las teclas que no sirven
para decir que todo tendrá que proseguir
hasta el primer momento en que mi luz se ciegue
y el mal (francés o no) me pedirá unas cuentas
que el oro de Shambhala no va a poder pagar.

Los jueves del recuerdo son el tren, la luz perpetua
que sigue deleitando a los viajeros
que miran ese banco con la nostalgia abierta
en tus ojos, en sueños, en una partitura
en portugués, en el coche, en cada recuerdo
que queda en mis poemas, y en cada noche en vela
que paso recordando lo que fuimos, y lo que
la trágica pragmática y el tiempo han descompuesto
como bacterias verdes informes, asquerosas.

Los viernes son sagrados -si es que no estoy de guardia
o me engatusa un viejo amigo en la taberna
que está bajo mi casa- y apago los candiles
para tomar la pluma en la noche. Y escribo
un tímido futuro en el papel de estraza
por los años podrido y arrugado
en que a veces se torna mi voz, mi amor, las gafas
de la belleza infinita que recojo en la noche
cuando a veces corto rosas en la primavera
y es la iluminación, o el vino en la molicie
(o fumar marihuana sentado en una piedra
como los hashashin' del monte Atlas, según
dice la Wikipedia) reposo en el agobio
incorruptible y crítico
de otro fin de semana en el que indago
si me gustan tus ojos o los de ella,
si me sonríes más tú que los demás,
si me gusta tu cuerpo más que otros,
si vas a despertarme cuando llegues
a mi casa, y me das un beso tímido
para que en Facebook no se entere nadie,
y luego te despierto con ronquidos,
más todo era una excusa, y hacemos el amor
en el silencio azul de mis remordimientos.

El sábado en la hoguera templada, despertamos.
Yo sigo solo. Tú, tan nada como siempre,
tan guapa... y es que escondes, infinita,
tus prósperos encantos mientras por Triana bajan
las flores y las vírgenes,
y todo es azahar, y los cuadros flamencos
dan palmas a tu paso y gritan olés y arsas:
¡La belleza moruna! ¡El trigo, el bronce, el mar!
De las hojas de tu libro infinito
vuelan diez mariposas de periódico
Bajan en formación con los barcos de luces
sobre el Guadalquivir (¡ay, Federico
García). Y sobre el balcón de los naranjos
te diré que te quiero
(y así puedo esperar
que mi alma caiga al río
y tú no la recojas,
y moriré de frío antes que de asfixia.
Y seguiré escribiendo.
Y, como Federico, haré algunos dibujos
en tinta y acuarela cutre y desafinada,
donde ponga "mi amor" señalando una ventana.

A leña los domingos...
(El domingo lo dejo todo. La piedra de invierno
cruza su realidad en mi deseo.
Ya nada habrá ocurrido. La pena, los susurros
del tiempo que nos vive y nos destapa
para quitar tu nombre de la almohada
al final han vencido.)

Qué voy a hacer ahora. Soy el mal albacea
de don Manuel Machado y el Tenorio.
No aprendo. No olvido, no recuerdo.
Y sufro. Y aunque el sur se cierna en nuestro  otoño
no funde las palabras en un magma absoluto
de cárceles de amor y de esperanza.
No espero que me salves. No lo busco
siquiera. Ya solo rezo -a veces-
por que al cruzar la calle no me atropelle un coche
para escribir mañana lo mucho que te busco,
¡oh, ser de luz invicta y poderosa!
Tú, Floréal curiosa y redentora.


Sevilla, 19 de noviembre de 2019.

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