jueves, 7 de noviembre de 2019

La hipótesis

Pero cómo quieres que no me fije
en tu forma de sentarte esta tarde,
cuando eres un relámpago en la sala
y todos se levantan y se marchan
quedándonos tú y yo, en mesas separadas
por un río de bandejas y silencio.

Cómo quieres que no deba mirarte
copiando tu sonrisa de insultante inocencia
mientras nos acercamos, levitando
el uno hacia el otro, deconstruyendo
la física fundamental y el átomo.
Y -acaso- me saludas,
y yo guardo silencio. Y te regalo
mi cara de pazguato y las galletas
robadas de quién sabe cuál armario.

Ya sabes hace rato
-lo saben todos los demás, que siguen
mirando nuestros cuerpos asomados
a esa ventana de otoñal presagio-
que el único pretexto es alcanzar
tu mano unos segundos
y que sigas hablándome, y me digas
qué tal has descansado, cómo marcha tu vida
o qué haces esta tarde. Existe el corolario
de que tu mano y la mía se recuerden
y avancen lentamente
(tu pelo es contemplar el infinito
cósmico) y decido besarte en la mejilla
porque yo sí he tenido mala noche
y los labios cortados. Esperaré a otro día
para reconvertir en arrebatos
lo que hoy es un «me gustas» taciturno.

Voy a ponerte un nombre. Tal vez
sea absurdo y profano y antipoético.
(Pero se lo disputan tu carné
de identidad y mis más altos sueños,
así que no me queda alternativa.)
Algún día bajaré para contarte
un cuento y conocerte
y despertar y huir por una puerta
lateral, engalanada con claveles
(Aunque podría raptarte y lo deseo
no es óbice el delirio para hacer
menos capaz a mi musa.)
                                         y salimos
cogidos de la mano
mientras el edificio explota como
en esas películas de Bruce Willis
y fuera terminamos la palabra
«amor» y, congelados,
inutilizamos el helipuerto
y todo gira a nuestra voluntad
para empezar de nuevo
y ser un hombre invierno, y ser una mujer
primavera temprana y salvadora.

Esto, repito, tan sólo es una hipótesis.

Leganés, 7 de noviembre de 2019, 18:20

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