jueves, 14 de noviembre de 2019

La llave

a los neurólogos de Alcorcón

Hay que joderse,
se ha vuelto a estropear la cerradura,
y herimos el silencio con la llave
hasta no poder más. Los olifantes en ristre
y las batas rasgadas de la inercia.
Tenemos tres opciones: proseguir
la acalorada exégesis de la Teogonía,
ver las interconsultas del psiquiatra
a través del pladur, o suicidarnos
(esos cables pelados son la gran esperanza).
Entonces alguien desenvaina el busca.
La corte vengadora de ilustres operarios
acudirá mientras rascamos las paredes.
Hay seis cuadribarradas en el cielo
de gotelé, que en el invierno son
constelaciones de un observatorio.
Los arces ya han pelado su corteza
y hay una alfombra roja y ruido de cigarros
fuera de las cortinas. Wifredo llega a tiempo
con una exigua caja de herramientas
y -¡milagro!- derribará la puerta
con la cabeza de alabastro de un otorrino
que grita en el pasillo "¡De lo mío no es!".
Habrá que asesinar al cerrajero,
no queda otra salida. Y le empotramos
la cafetera en el centro del cráneo.
Un par de crisis. Ausencia. Sangre. Moscas.
Café y normalidad sobre las vísceras.

Alcorcón, 13 de noviembre de 2019

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